La historia del hombre que cuida el patrimonio lector de la ciudad
"Esto es como una mesa quirúrgica", señala desde su escritorio don Ricardo Villa, restaurador de libros de la Universidad Católica de Temuco (UCT), mientras con sus manos hace un espacio entre las tijeras, pinzas, brochas y paletas metálicas que yacen sobre su escritorio.
Villa, de 54 años, lleva más de la mitad de su vida sumido entre libros y revistas, los que por diversas vueltas de la vida, ya sea por vejez, descuido o exceso de uso, repara cada día en su oficina, ubicada en un rincón del segundo piso de la biblioteca del Campus San Francisco de la UCT.
"Yo creo que Dios da un don a cada persona. Y me he dado cuenta que este que me dio a mí, lo he disfrutado", cuenta orgulloso don Ricardo, uno de los pocos restauradores de libros que va quedando en Chile, y prácticamente el único del sur del país.
"El restaurar y tener la posibilidad de trabajar en la universidad, me ha hecho engrandecer como persona y dar a conocer este oficio que se está perdiendo", cuenta este hombre, cuyas hábiles manos lo han llevado a reparar más de 500 mil libros durante sus cuatro décadas de oficio, tres a cargo del proceso de conservación y encuadernación de dicha casa de estudios.
Más fanático de la restauración de ejemplares que de la lectura misma, con el correr de los años don Ricardo se ha convertido en un especialista de la anatomía de cada texto, donde tras diagnosticar su estado de "salud", con una meticulosidad y dedicación única procede a su intervención, para que el libro en cuestión siga estando al servicio de los lectores por muchos años más.
"Cuando tenía como 14 años, conocí a unas personas que trabajaban en el Diario Austral de Temuco, en la parte de la imprenta. Yo era amigo de sus hijos, y cuando iba a sus casas me llamaba la atención lo que hacían y los veía trabajar en el taller. Eso me motivó a conocer el trabajo en sí de estas personas, su esmero y preocupación", rememora este hombre, nacido y criado en la capital de La Araucanía.
"Ahí me picó el bichito de conocer el proceso de restauración. Ellos me enseñaron todo lo que es la parte del 'secreto'. De ahí uno se va perfeccionando, cuando va descubriendo cosas en el mismo trabajo que se está realizando", cuenta don Ricardo, sin olvidar que de sus comienzos, ya han pasado cuarenta años, y que sus maestros de antaño ya no están con vida.
Miembro de una familia de cinco hermanos e hijo de un jardinero municipal, este hombre cuenta que su padre siempre les inculcó el trabajo creativo, siendo el panorama de todos los fines de semana arreglar diversas partes de la casa.
Es así como a principios de los años '80 y gracias a una secretaria de la UCT, Villa llegó a esa casa de estudios, lugar donde trabaja hasta el día de hoy.
"Uno se encuentra con cosas inesperadas. A veces se presenta un libro que está hecho tiras, y al abrirlo uno se encuentra con otros detalles", cuenta este apasionado restaurador, que con precisión de cirujano, arregla cada ejemplar que llega a sus manos con la esperanza que el corazón de éste vuelva a latir.
"Cada libro tiene un desafío, y cuando uno enfrenta esa realidad, se perfecciona personalmente", agrega este hombre, cultivador de este legendario oficio.
Tras 33 años al servicio de la Católica de Temuco, Ricardo Villa ha sido testigo no sólo del cambio generacional, sino también de cómo se ha transformado el libro en sí. Papel, tapa, tamaño e inclusive precios han variado, al son de los cambios culturales.
En un mundo donde cuando algo se echa a perder y finalmente sale más a cuenta comprarse un producto nuevo en vez de arreglarlo, no sólo porque suele ser más caro, sino también porque los oficios de reparación están en un constante peligro de extinción, don Ricardo ha logrado ganarse su espacio.
"Nunca me ha dado miedo que me echen, porque creo que mientras el tiempo pasa, los libros son más valorados. No tengo miedo a la tecnología, porque nada se compara con las hojas. Uno disfruta el olor, la textura", declara.
En ese sentido, este hombre no se enfrenta al mundo con temor, puesto que está convencido que el trabajo manual siempre será mejor que el de una máquina.
"Es un proceso donde tú palpas, tienes la sensibilidad de tus manos para sentir una hoja. Una máquina sólo se adecua para hacer copias, es un producto, pero acá estamos viendo algo que sale del alma", explica con emoción.
Sin embargo, este restaurador del patrimonio lector de La Araucanía señala que, en términos generales, esta cultura desechable puede traer grandes consecuencias para la sociedad regional.
"Cuando vemos estas casas antiguas en Temuco que son derrumbadas, se hace tiras un patrimonio, y después nosotros no tenemos una historia para contar. Pasa lo mismo con los libros: si no cultivamos esa cultura ni tenemos la dicha de cuidarlos, esto no va a llegar a buen puerto", reflexiona, agregando que, en el caso particular de los textos, "la gente tiene un concepto muy lejano de lo que es la encuadernación y la restauración, no le da importancia".
A pesar de su amor por los libros, Ricardo Villa declara que no es un ratón de biblioteca ni mucho menos, y que el prefiere la "anatomía" por sobre la teoría.
Amante del diseño, el patrimonio y la cultura, el legendario restaurador temuquense cuenta que su libro favorito es el Silabario Hispanoamericano, clásico texto que tiene como función enseñar a los niños a leer.
"No creo que exista uno más importante, ya que todos hemos pasado por él y aún no se pierde", justifica.
En efecto, gracias a un reportaje televisivo, Adrián Dufflocq, hijo del mismísimo autor del Silabario, se contactó con don Ricardo, para que éste restaure su colección personal.
A raíz de ese lazo, que los mantiene trabajando juntos hasta la actualidad, Dufflocq le regaló una versión del Silabario con una especial dedicatoria, la que este encuadernador mantiene orgullosamente subre su escritorio.
La oficina de don Ricardo es pequeña, y se ubica en un rincón del segundo piso de la biblioteca central del Campus San Francisco de la UCT.
Dado que su taller se encuentra dentro de la biblioteca, él no puede escuchar música o radio, y el único ruido anexo es el sonido del teléfono o el de su guillotina industrial, que funciona con motor.
A pesar de estar rodeado de gente, y ser quien cada día arregla con extrema delicadeza los libros del lugar, su trabajo es muy solitario, y la cercanía con los alumnos es más bien mítica que de facto.
En ese sentido, don Ricardo señala que, dentro de la casa de estudios, los que han demostrado mayor interés por su trabajo son los estudiantes de Antropología, mucho más que los futuros profesores de Lengua Castellana o Historia.
"Por dos años consecutivos, he trabajado con alumnos de Antropología, que están haciendo una investigación en torno a mi labor", cuenta el restaurador.
"Creo que ahora sí estos chicos aprecian y quieren el libro", cuenta Valle con orgullo, al mismo tiempo que con humildad agrega que "quizás no es tanto por mi vivencia, pero cuando uno siembra una semilla y da frutos, es muy bueno".
En tanto, aquellos universitarios que más necesitan de los servicios de don Ricardo, son los alumnos de Derecho, puesto que sus textos de estudio son los más usados y pedidos en la biblioteca, por lo que su reparación siempre se enmarca dentro de la categoría de "urgente".
Como una intervención quirúrgica, cada paciente tiene un diagnóstico especial, y mientras algunos sólo necesitan un chequeo médico, otros, producto de la edad, necesitan ser operados en cada uno de sus órganos.
"Primero, se trabaja todo lo que se necesita con urgencia para el uso de los alumnos", relata este médico de libros.
"Los libros más antiguos, tienen un proceso que puede durar hasta dos meses. De hecho, a mí me ha tocado restaurar un libro durante seis meses", agrega Valle.
En términos generales, luego del diagnóstico se procede a despegar el libro completo de su soporte para posteriormente suturar, lo que se hará de acuerdo a las necesidades del ejemplar.
Una vez concretada esa etapa, se pega con un pegamento especial, flexible y a base de celulosa, las hojas al soporte. Para finalizar, se corta con la guillotina el material sobrante, en un proceso llamado "despunte".
A pesar de la carga laboral, Ricardo Villa señala que hasta ahora no tiene un ayudante, ya que no ha encontrado al indicado.
"La verdad es que yo necesito a alguien que tenga amor por los libros. No necesito a una persona que venga para aprender y luego se retire. Ha venido gente y me dice que quiere trabajar conmigo, pero al verlos y conversar con ellos, me doy cuenta que no van para ese lado. Cuando uno siente y ama lo que quiere, se da cuenta", reconoce.
Padre de dos hijos, uno ingeniero y la otra secretaria, ninguno mostró mayor interés en el trabajo de su padre, por lo que sus ojos están puestos en su nieto: "Ahora tengo un nieto de 7 años, y quiero inculcarle esto para que él lo tenga, por último como la herencia que le dejó su abuelo. No me gustaría llevarme este secreto a la tumba y dejarlo, porque es un oficio muy hermoso".