La celebración de estos días nos indica que es tiempo de renovación de la naturaleza, así nos han enseñado los diversos pueblos originarios del mundo y por cierto en nuestro Chile también. Wiñoy xipantu lo llama el pueblo mapuche, Inti Raymi le denomina el pueblo quechua,Machaq Mara los aymara y Aringa Ora o Koro, los rapa nui. En este ciclo la tierra se renueva, se prepara para germinar una nueva vida y esperanza.

Como Obispo responsable de la Pastoral Indígena de la Conferencia Episcopal de Chile, me enorgullece saludar a los nueve pueblos originarios de nuestro país, además de reconocer el valioso aporte que realizan a la sociedad nacional, con su milenario patrimonio cultural que contribuye a conformar un país diverso, sabio y con raíces sólidas.

Este nuevo ciclo es una instancia propicia para relevar en la sociedad la necesidad de otorgar un reconocimiento formal a los pueblos originarios de Chile, donde garanticemos el ejercicio pleno de sus derechos colectivos, valoremos y respetemos la forma distinta de organizar su vida, religiosidad y generación del conocimiento. También esperamos que las autoridades que hoy dirigen la Nación tengan la suficiente inspiración para avanzar en políticas públicas pertinentes a las realidades de cada pueblo.

Esperamos que la nueva salida del sol entregue mucha sabiduría a las autoridades tradicionales de los pueblos originarios de Chile, a sus comunidades, niños, jóvenes, mujeres y que puedan vivir en plenitud la dignidad y los profundos valores de su pueblo.

Desde nuestra fe cristiana deseamos sumarnos a esta fiesta, compartiendo que 'se manifestará la tierna compasión de nuestro Dios que nos ha traído del cielo la visita de Jesucristo, el Sol que nace, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte, para guiar nuestros pasos por los camino de la Paz' (Lc 1, 78-79).

Desde esta experiencia de 'Cristo el Señor' (Lc. 2,11), 'Luz para los pueblos' (Lc. 2,32) compartimos con ustedes el trabajo en común por la dignidad y promoción de la vida humana, la dimensión espiritual de la existencia, el compromiso por la justicia, la valoración y desarrollo de la interculturalidad, la defensa de la paz, el respeto y la protección de la naturaleza.

En el primer año de implementación de la ley de tolerancia cero en el consumo de alcohol por parte de los conductores -2012-, las estadísticas muestran una baja de un 27% respecto de 2011, bajando de 5.046 a 3.678 accidentes en que estaban involucrados choferes en estado de ebriedad o bajo la influencia del alcohol. Sin embargo en 2013 los números de nuevo se dispararon, pasando de los 3.678 a 4.657. Qué ocurrirá en 2014 es aún una incógnita, pero la bitácora policial ha sido, desgraciadamente, generosa en este tipo de hechos.

De lo anterior se desprende que, pasado ese primer momento de fiscalizaciones más decididas, se ha vuelto a vivir la situación de siempre. En conclusión, no se ha llegado a motivar una mayor conciencia por parte de quienes han bebido y posteriormente conducen por calles y carreteras, como un símbolo del riesgo que deben soportar tantas personas inocentes.

Indudablemente esta práctica indebida tiene consecuencias sicomotoras, sicológicas y físicas, algunas de cuyas manifestaciones pueden resumirse como aumento de la agresividad y la somnolencia, pérdida de concentración y del campo de visión, dificulta juzgar la distancia, la velocidad y la precisión. Todo ello, a altas velocidades, se transforma en una verdadera bomba de tiempo en calles y carreteras.

El éxito inicial se debió a una sola razón: la fiscalización. Desaparecida ésta las cosas vuelven a su lugar y reaparece el riesgo.

Cuántas personas inocentes han perdido la vida por la acción irresponsable de estos conductores, cuántas otras terminan sufriendo lesiones inhabilitantes, ante la impotencia de familiares que no ven sanciones ejemplarizadoras por parte de la justicia para los infractores de la ley.

Tanto de la lectura de las cifras como de los propios hechos policiales se desprende que sólo una efectiva fiscalización -lo que no ocurre ni en las carreteras ni en las ciudades- podría contribuir, si no a crear conciencia, a lo menos a causar un razonable temor. Las potentes campañas a través de los diversos medios de comunicación, desde 2012 hasta ahora, no han surtido el resultado esperado por todos.