El opio del empate
La mediocridad es el resultado de pertinaces cultivos ideológicos, a menudo enquistados en el subdesarrollo mental. Uno de ellos es conformarse con el empate. "Todos lo hacen", es el bronce cuando de robo se trata. Y en el ámbito deportivo se agrega jugar a la defensiva. No arriesgar, aplicando el cerrojo en el arco o el cupo electoral. En fin, asegurar un punto como visita. Es la triada que apetece al hincha o ciudadano de poca monta, perdedor innato, que culpa al árbitro o al Presidente por un mal resultado de su equipo o del gobierno.
Definitivamente las altas cumbres de esta fumadera opiácea se alcanzan en el ámbito político. Aquí es posible sumar a lo delictual, la ignorancia supina de ciudadanos con mala educación. Sin embargo, la mayor cuota de responsabilidad por este exagerado consumo es la galvanizada hipocresía de las clases menos vulnerables -incluidos los parlamentarios, responsables en última instancia de generar las políticas públicas que necesita el país-. ¿Una hipocresía estructural? Por eso las elecciones son casi el último minuto del partido, para identificar al fumador empedernido o apernado. El más nefasto perjuicio de este opio se manifiesta al enfrentar problemas nacionales complejos, como la educación y la desigualdad. Entonces los operadores de diestra o siniestra -a veces con ya muchos años de simulación en el cuerpo- sacan a relucir viejos eslóganes, repintados sobre innumerables bandadas de "palomas" callejeras. Y también empatan acuchillándolas mutuamente.
El caso más singular de inmovilismo empatador es el conflicto mapuche. En nuestra triste Araucanía se fuma diariamente el opio del empate mañoso. Sea en la dura hora de contabilizar los muertos; calificar a los delincuentes que amedrentan; o ponderar la hipocresía que compara "yategate" con "pentagate".
Sólo hay una salida: no satanizar los acuerdos humanamente posibles, evitando el opio del empate estéril, que eterniza los conflictos.
Benjamín Vogel