Pocos registros históricos hay que permitan evocar una sequía similar a la que está experimentando La Araucanía en los últimos meses, y que se expresa en un alarmante déficit hídrico del 97,7 por ciento desde el 1 de enero a la fecha. Con tal escasez, la agricultura y la ganadería de la Región están pasando por una difícil coyuntura que requiere la acción urgente del Estado para, a estas alturas, ayudar a morigerar los enormes daños a la producción, y que seguramente redundará de manera negativa en los niveles de eficiencia, productividad, utilidades y generación de empleo. Es decir, un perjuicio que se extenderá más allá de la cruda imagen de los campos con color amarillento y los pozos de agua con sólo gotas de agua.
Aprovechando su visita a La Araucanía con motivo de la erupción del volcán Villarrica esta semana, la Presidenta Michelle Bachelet anunció que se decretaría el estado de emergencia agrícola para facilitar la ayuda al mundo agrícola; no sólo en la zona amagada por el macizo, sino que en toda la Región, que es lo que esperaba hace tiempo el sector. Aunque resta que el nivel central materialice el decreto -tras un oficio enviado a Santiago por el intendente Francisco Huenchumilla-, ya hay garantías de que las agencias del Gobierno estarán en condiciones de desplegarse por las zonas rurales para llevar la ayuda, gracias a los recursos adicionales que se asignan con este tipo de medidas.
No obstante, una vez más el Estado -representado por distintos gobiernos y de distinto color- está respondiendo de forma reactiva ante un problema que hace tiempo debió de haberse atendido como corresponde: con embalses que acumulen agua en los meses de invierno y que la distribuyan en los momentos de escasez. Si bien un embalse no soluciona del todo el problema, sí sirve para resguardar parte del agua que precipita en invierno y que de manera insólita en esta región escurre todos los años hacia el océano como si fuera un recurso abundante.
Por años se ha sabido que el Ministerio de Obras Públicas viene anunciando una y otra vez los estudios pertinentes, pero hoy, con un cambio climático galopante y una región con abundantes lluvias invernales para los parámetros nacionales, La Araucanía se da el lujo de desperdiciar el agua por la falta de embalses.
El presidente de la Corte Suprema, máximo órgano del Estado que tiene como fin velar por la correcta aplicación de las leyes que establece el Congreso, plantea una frase del todo clarificadora de la situación de nuestro país, diciendo que tenemos muchas leyes, pero cada día menos valores.
Efectivamente, los legisladores vienen llenando la cotidianidad de leyes, eso sí, funcionales a ellos mismos. Hemos visto a políticos de todos los sectores que ni se alcanzan a sentar en el banquillo de los acusados, pues mucho de lo que hacen, claramente reñido con la moral y la ética, no constituye delito dentro de las leyes que ellos han establecido.
Más leyes están siendo diseñadas acorde con los intereses mayoritarios de los parlamentarios y de ciertos grupos de presión con mucha influencia; pero cada día somos testigos de una sociedad menos valórica. Claro, si quienes diseñan las leyes no tienen el sustento de valores profundos, la crisis será mayor. Y los valores no tienen que ver con la actitud pacata sobre acciones que ofenden a un grupo en particular, sino sobre decisiones que una sociedad debe considerar como éticamente correctas, moralmente buenas y esencialmente necesarias.
Por ejemplo, en la decisión de validar -como varios congresistas lo anhelan- el aborto en todas sus formas, pero disfrazado como una necesidad médica, tiene como fondo radical el valor de la vida humana, versus la decisión de una persona sobre la vida de otra. Esos congresistas carecen de valores trascendentes, porque consideran la vida como un accidente dentro de un cosmos materialista.
Pero el Evangelio nos plantea que la vida no es un accidente, sino que está diseñada con propósitos y que el cosmos no sólo es materia -que podría estar como no estar-, sino que está ordenado por la mano de un Ser superior e inteligente, que da vida a las criaturas en un acto voluntario.
La idea de "sin Dios ni ley" plantea la falta de temor y respeto absoluto hacia los demás; un maquiavelismo autodestructivo. En nuestro caso, a estos señores se les puede definir como "gente sin Dios y con su propia ley", que podría de muchas maneras ser aun más corrosivo y dañino, pues definen quien debe vivir o no a través y gracias a sus leyes. Efectivamente, nuestra sociedad se sigue llenando gracias a la casta política de más y más leyes, con la anuencia electoral de una sociedad que da la espalda a Dios como creador de vida, pero también anula los valores que podrían haber echo de esta una sociedad mejor.