Nuestro país se encuentra viviendo su propia Semana Santa, y muy profundamente. Está experimentando en carne propia la Pasión de Cristo... Las consecuencias de una naturaleza que se rebela en aluviones, sequías, volcanes, incendios rurales y urbanos. La causa, ¿el cambio climático por la depredación de la creación por repudiables intereses de unos pocos?, ¿la falta de responsabilidad de quienes tienen el deber de prever la seguridad de la población, evitando que barrios urbanos se levanten en zonas de claro riesgo?, ¿ familias que se ven obligadas ante la desidia y burocracia de sus autoridades, a vivir en habitaciones precarias y levantadas en zanjones, quebradas, laderas de volcanes, orillas de ríos, y bordes costeros? ¿Quién se hace cargo? En medio del drama, Herodes y Pilatos se tiran el bulto y se lavan las manos, mientras se desata el dolor, la injusticia y la muerte de los inocentes que claman al cielo.
La pasión continúa por los gruesos temas de falta de transparencia, o corrupción, o colusiones, en parte del mundo político, económico y financiero. Que el Tribunal Constitucional, por libre disposición de su presidente, ante sucesivos empates de sus miembros, haya dirimido siempre en favor de una ley del Gobierno y del cual él es afín, siembra la desconfianza también ahora en esta institución.
En tal contexto de fragilidad y de serias necesidades, se insiste, sin embargo, con dogmatismo en llevar a cabo leyes que no constituyen ninguna urgencia -como el aborto, y otros- y que están lejos de formar parte de los anhelos más sentidos por la población.
Pero reconozcamos que a este contexto de mal, todos hemos aportado con nuestro propio pecado. Desde un tiempo pareciera existir entre nosotros y en los diversos campos del quehacer común una falta diaria de ética y de prácticas inmorales, expresadas en una codicia insaciable, injusticia, abusos, violencia, traiciones, atentados contra la vida, exacerbación de los derechos individuales e indiferencia por el bien común.
En un acto de amor sin parangón, Jesús crucifica en su propia carne al pecado que nos destruye como personas. Sigamos a Cristo dando muerte en su madero al mal que nos habita y rodea para así resucitar con Él a una vida personal, familiar y social nueva. Un país donde nunca más el pecado y la muerte tengan la última palabra. En jóvenes como el carabinero en Santiago, el bombero en el norte, o los dos del puente en Pitrufquén, que sacrificaron su vida por salvar vidas, hay potentes semillas de un Chile que anhela resucitar de sus lodos.
!Feliz Pascua!
Héctor Vargas,