La honestidad, la confianza y la ley
Juan asistió a una cena de negocios con un potencial cliente en el área de publicidad; al llegar se encuentra con su jefe y el dueño de la empresa que los quiere contratar, quienes además están acompañados por tres modelos que serán los rostros de una campaña de lencería femenina. Al llegar a su casa la esposa le pregunta; ¿cómo estuvo la cena?; bien, parece que vamos a lograr el contrato. Hasta ahí nadie podría decir que Juan es deshonesto con su esposa.
Quizá la percepción que tenemos de Juan nos podría cambiar si sabemos que luego de cenar fueron a bailar, jugaron un poco en el casino del hotel donde se alojaban las modelos y a las 3:30 AM Juan decide despedirse de sus cinco compañeros de cena. Pero, ¿ha sido Juan deshonesto por no contar esta parte de la historia?, su esposa tampoco se lo ha preguntado.
Si él no lo cuenta, puede ser porque infiere que a su esposa le podría incomodar. La pregunta que surge es, ¿cuándo nuestros actos comienzan a ser deshonestos? La respuesta común de los abogados o líderes morales se centra en el acto mismo: si el acto no es deshonesto, nada lo es. Así, muchos pueden afirmar frases como: nadie está por encima de la ley o la ley es igual para todos.
No obstante, muchos no somos ni abogados ni guardianes de alguna fe moral y establecemos como bien actuar propio y con otros no tan sólo el acto mismo, sino también como una derivada de la relación de confianza que se ha establecido con el otro, otra u otros. Si existe un acuerdo consensuado tácito o explícito sobre cuál debe ser nuestro comportamiento frente a ciertas circunstancias; el comportarnos distinto de aquello u omitir conscientemente información respecto de nuestras conductas es traicionar la confianza depositada por otro u otros en nosotros.
Juan no hizo nada malo, sólo se vio involucrado producto de su trabajo en circunstancias que para su esposa, según él, podrían ser incomodas. Su correcto actuar es transparentar todo y asumir las consecuencias no deseadas, pero mantener la confianza intacta. Esta situación válida para Juan, es absolutamente generalizable, tanto para el mundo público como privado. Toda persona, organización, líder político, etc., poseen compromisos explícitos y tácitos con la sociedad, más allá de la ley. Es la transparencia la mejor forma de mantener las confianzas respecto de nuestra relación con otros y es preferible aceptar un empeoramiento de la opinión respecto de nosotros por ser honestos, que destruir las confianzas de forma permanente bajo el amparo de la ley.
Mauricio Partarrieu,
Centro de Estudios de la Universidad Mayor