Enardecidos grupos de personas levantando acusaciones, gritando a viva voz insultos y groserías, se ha visto a la salida de las audiencias en que han comparecido los imputados o testigos en los casos Penta, Caval o SQM. Al menos se atreven a levantar la voz para condenar los actos de corrupción, dirá usted.
Estos casos han encendido el ventilador que está salpicando a todas las tiendas. Algunos dicen que se debe llegar hasta las ultimas consecuencias, pero justifican acuerdos para, en palabras de la calle, salvar el pellejo a los involucrados, aunque dicen que es para salvaguardar la institucionalidad.
Pero debemos reconocer que muchos de quienes están listos para encender la pira para quemar a quienes han caído en manos de la inquisición pública, son movidos por sus cercanías ideológicas o políticas.
Y muchos de los que no se han manifestado allí, lo han hecho por medio de las redes sociales o la prensa, condenando a los involucrados (con quienes no tienen afinidad política) y siendo más condescendientes con los otros (con quienes sí tienen afinidad). Pocos han sido tan objetivos como para condenar los actos de corrupción se generen donde se generen.
Llama la atención que muchos de los que opinan, incluidos dirigentes de partidos, salen a la defensa de los acusados afines a sus ideas, poniendo en duda esas acusaciones; pero están prestos a condenar a sus opositores, se hayan probado o no las acusaciones que sobre ellos pesan.
Por otra parte, la mayoría de las personas tiene alguna opinión al respecto de los actos de corrupción en que los políticos han incurrido, por cierto condenatoria, pero no reconocen faltas propias. Se justifican diciendo que las faltas de los políticos son graves y no se pueden comparar con las mínimas faltas que día a día el ciudadano común comete.
Pero mentir, tomar lo ajeno, robar tiempo en el trabajo, adulterar en el matrimonio, engañar y un sin fin de conductas cotidianas más son actos de corrupción. A la luz del Evangelio el tamaño de la acción no es lo que cuenta como falta, sino la disposición interna hacia esa acción. Y el resultado de una acción incorrecta es la que trae consecuencias que debemos enfrentar.
Por ello quienes juzgan los actos de corrupción a partir de sus propias vidas, están en peligro de ser juzgados también. Jesús decía "quien esté libre de pecado que lance la primera piedra". A pesar de ello estamos llamados a juzgar, pero a partir de un parámetro mayor a nosotros mismos, y este parámetro lo da Dios en el Evangelio.
Andrés Casanueva,