José Soto: El último bastión de la zapatería angolina
tradición. El hijo y nieto de zapatero admite que este oficio le llena el alma y dice que seguirá trabajando entre los calzados hasta el fin de sus días.
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El cuero lo extrae lentamente de la curtiembre y realiza con maestría el pegado y la costura del zapato en su pequeño taller de calle Baviera S/N. José Soto es el último bastión de los zapateros antiguos que va quedando en Angol, dedicado al arreglo y confección de cada calzado que pasa por sus manos para dejarlo impecable y sin fallas.
José Ricardo Soto Barra, o como cariñosamente le dicen sus clientes, "Don José", a sus 65 años vive para contar los altos y bajos del oficio de zapatero desempeñándose en el rubro del calzado hace 50 años.
Fue en el Angol antiguo donde aprendió con su abuelo, Ricardo Soto, y tras su muerte, su padre Hernán le enseñó todo lo que debía hacer con el calzado, cuando José apenas tenía 10 años. "De chiquitito no más como no tenía mucho que hacer, tampoco teníamos dinero para que me pagaran mis estudios, y me fui a trabajar con mi abuelo y después con mi papá. Ahí me enseñó bajo su puño cómo confeccionar un calzado, de arriba hacia abajo, con esas máquinas antiguas que existían para trabajar con ellos", comentó emocionado, mientras una clienta le deja un par de zapatos para cambiar las tapillas.
Así, con los años, comenzó a despegar con su propia zapatería, en el centro de Angol donde agradece las enseñanzas que le dejaron su abuelo como su padre. "Con la enseñanza de mi abuelo y mi padre pude con los años ganarme la vida siendo zapatero y gracias a este noble oficio pude sacar adelante a mi familia completa y tener a mis hijos profesionales. He logrado todo lo que tengo gracias al zapato", admite.
momentos difíciles
Pero no todo es alegría pues tuvo que soportar momentos difíciles hace 10 años cuando tuvo que retirarse del rubro por falta de dinero y cerrar el local que tenía en pleno centro de Angol. "Como el rumbo del zapatero se estaba perdiendo y la curtiembre que nos mantenía cerró, no llegaba dinero y el trabajo estaba muy escaso. Había que alimentar una familia, por eso tuve que desempeñarme como guardia de seguridad. Ahí me vi obligado, pero era necesario y como la industria del calzado se estaba cerrando acá en Chile, todo estaba llegando desde China", comenta.
Sin embargo, regresó en gloria y majestad, tras salir de guardia, donde pudo juntar un poco de dinero y así dedicarse a su pasión que le dio tanta felicidad y bonanza. En esta ocasión, en su pequeño negocio que está ubicado actualmente en calle Baviera sin número. Ahí, atiende a más de 15 clientes al día que vienen a dejar sus calzados para ser reparados por José quien, trabajando ya sea con su máquina Singer o a mano, pegando plantillas de cueros de vacuno y chancho, los deja como nuevos e impecables listos para su uso en tan sólo un par de días a precios módicos para las personas.
Finalmente, y pese a que este oficio ha ido desapareciendo con el tiempo, José mantiene su pequeña zapatería viva, con un centenar de zapatos listos para ser arreglados donde deja de manifiesto que "yo voy a seguir hasta el fin de mis días con esto, porque el ser zapatero a mí me apasiona".