Araucanía somos todos
Luego de dos guerras mundiales y sus 60 millones de muertos, pareciera que el odio y la violencia vuelven a extenderse en el planeta, al punto que el Papa Francisco ha afirmado que "vivimos una tercera guerra, pero por partes". Todo ello a pesar que la historia milenaria demuestra que todo fanatismo ideológico, fundamentalismo religioso, desprecio por la vida y dignidad de las personas, sometimientos, imposiciones denigrantes y la aniquilación del que es diverso, piensa o se comporta en un modo diferente, sólo ha traído a la humanidad crueldad y grandes dolores con consecuencias indescriptibles. Afortunadamente, es el amor que nos abre a la esperanza.
No quisiéramos algunos de estos ingredientes en nuestra Araucanía. Algunos extremos tienden a pensar que la solución al conflicto mapuche pasa por un Estado fuertemente represivo, que ante acciones reivindicativas por la deuda histórica con este pueblo, imponga orden y seguridad mediante el uso de la fuerza y la aplicación de la Ley Antiterrorista a todo evento; otros extremos, que lo ideal es que mediante la violencia y destrucción indiscriminada de bienes de producción y patrimonio, se logre que los no mapuches hagan abandono de territorios indígenas ancestrales, posibilitando así una suerte de futuro Estado propio.
La inmensa mayoría, sin embargo, está consciente que cualquier respuesta, junto con asegurar el Estado de Derecho, pasa por una solución pacífica, de mucha escucha y diálogo mutuo, que permita conocer profundamente a los otros, para comprenderlos y ponerse en el lugar de ellos. Urge desde las autoridades, el pueblo mapuche, la sociedad organizada y ciudadanía en general, eliminar prejuicios, construir confianzas, ofreciendo señales claras con gestos concretos. Transparentar intenciones respecto de lo que anhela para superar el tema, como de lo que cada uno está dispuesto a aportar, y también a ceder por una causa superior como es el bien común de toda la Región y sus habitantes, y que es superior a todo interés personal o de colectivos, por legítimo que sea. Toda política pública que sea percibida como una imposición, discriminación o menoscabo arbitrario por cualquier sector, corre el riesgo de no llegar a puerto.
El espíritu ha de estar animado por una filosofía política incluyente, caracterizado por los valores de la esencial interculturalidad; de enorme respeto y aprecio por lo que el otro es -también de los migrantes que hoy llegan de otras latitudes-, en la construcción de una Región en que nadie sobre, en que todos son necesarios para su progreso, en que para todos esté la posibilidad de una vida digna en justicia y equidad, en donde cada uno desde su propia identidad, cultura, idiosincrasia y religiosidad y recursos, está llamado a enriquecer desde su valiosa diversidad esta hermosa Araucanía, que pertenece a cuantos la habitan, y que por ello sueñan, sufren, trabajan y luchan por ella.
Héctor Vargas,