Apuntes sobre el fútbol
"Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol". La expresión es del Premio Nobel de Literatura Albert Camus, un francés de origen argelino (al igual que Zidane, el mayor exponente de la historia futbolística de aquel país) que de seguro habría deplorado los oscuros manejos de la Fifa y la banalización de este deporte.
Y es que el fútbol profesional es un territorio ambiguo, donde coexisten valores muy preciados -disciplina táctica e inteligencia, voluntad de acero, valentía, mística, empatía grupal, capacidad imaginativa, entusiasmo y no pocas dosis de genialidad- con vicios evidentes, tales como la alienación (ni hablar de la figura del hincha, ese sujeto esnobista y pasional, ese turista del entendimiento que no pocas veces ignora lo que aplaude, y tiende a asumir comportamientos racistas o de un patrioterismo bobo), la violencia, la corrupción flagrante de las elites y la brutalidad de varios referentes futbolísticos, sujetos que, con su admirable ignorancia y su vulgaridad de nuevos millonarios, son para casi todo el mundo una suerte de héroes civiles o santos laicos.
Pero no nos pongamos tan graves. En la cancha se juega de manera diferente pero no peor que en la edad de la inocencia, y a despecho del ignaro pragmatismo y el delirio de la ultra competencia, a despecho del culto al dinero y la escisión entre cultura deportiva (¿estamos más esbeltos los chilenos?) y espectáculo, el fútbol nos seguirá deleitando y hasta maravillando. Al menos a quienes no concebimos que cualquier sujeto con media pulgada de frente se permita detestar a Messi o a Neymar porque no son compatriotas; menos en esta Copa América, bien organizada en general y donde se rinde examen de civilidad.
El camino a la felicidad, entonces, es casi aterradoramente simple: vea el fútbol solo o con un par de amigos que le enseñen y no vomiten disparates, evite pintarse la cara con témperas Fulton, ponerse plumas en el cráneo o engullir reses por deporte. Y disfrute, sólo disfrute, y si se aburre o frustra créame que le asiste el derecho ciudadano de pasar a otro habitáculo, o andar plácidamente entre el ruido y la prisa.
Luis Marín,