El telón abierto del Teatro Municipal de Temuco invitaba a los presentes a conectarse desde un principio con lo que sería el debut en La Araucanía de los franceses Collectif Petit Travers y su espectáculo Pan-Pot, el cual pasadas las 20 horas deslumbró a grandes y pequeños, quienes premiaron con risas y aplausos la novedosa puesta en escena.
Una pianista, quien apareció en escena tras los aplausos de los presentes, los cuales ansiosos pedían que comenzara el espectáculo, dio inicio a la puesta en escena estrenada en Francia en 2009 y que a través de los años ha cosechado ovaciones por todo el mundo mezclado el arte circense y la música docta en el mismo escenario.
Johan Sebastian Bach, además de otros músicos contemporáneos como Ligeti y Kage, acompañaron a los tres malabaristas que desde el minuto uno captaron la atención de los presentes. Y es que la destreza de Julien Clément, Fargeton Denis y Nicolas Mathis, quienes aparecieron de espaldas al público y vestidos de negro, sorprendió hasta a los más escépticos.
Lo anterior, viene a reafirmar la idea de que el circo ha cambiado, en donde una práctica tan arraigada a las carpas como el malabarismo puede ser incluida dentro de la cartelera de un teatro y recibiendo la venia del público.
Así, María José Salazar, quien disfrutó del espectáculo junto a sus hijos Mateo y Pablo Oyarce, valoró que el Municipal apueste por montajes que han sido valorados por la crítica internacional. "Yo traigo a mis hijos siempre al teatro porque me gusta que aprendan diferentes cosas culturales y que vean otras cosas que no se dan generalmente en las regiones, porque en general hay pocos espectáculos, y a los pocos que hay me gusta traerlos", apuntó.
SENCILLEZ
Sin números de alto riesgo en alturas este espectáculo circense derrochó sencillez. Una que ante presentaciones con un sinfín de estímulos, refrescó a través de pelotas que a simple vista eran lanzadas como dardos entre los malabaristas.
De esta manera, entre la indiferencia y el humor de los artistas sobre el escenario, las carcajadas y aplausos no se hicieron esperar entre una multitud que siguió cada movimiento al ritmo de las notas del piano de cola ubicado a un extremo del escenario ennegrecido por completo.
Esto sirvió para que a través del manejo de la luz los malabaristas cambiaran continuamente de escena. Así, mientras uno de ellos lanzaba una pelota al cielo, el otro la robaba, mientras cambiaban de lugar en una coreografía manejada con precisión, acompañada, a veces, de silencio.
No es de extrañar que esta apuesta conceptual recibiera elogios en todo el mundo, ya que la precisión de los artistas galos cautivó de principio a fin a quienes llegaron hasta el escenario de la Avenida Pablo Neruda, en un espectáculo que a través de la música, las luces y el malabarismo derrochó elegancia.