El caso de la muerte de una mujer, Viviana Haeger, terminó siendo un crimen que según la fiscalía cometió su propio marido. Esto es lo que arroja una investigación policial, a partir de una nueva información que surgió, luego de cinco años de ocurridos los hechos. No puedo negar que me atrae el pulso de los pueblos pequeños en que estos crímenes tienen otra relevancia. Viví en pequeñas comunidades, en el sur, donde el crimen de sangre era una motivación y una posibilidad que estaba a la vuelta de la esquina o a la vuelta de la loma. Siempre imaginé, viendo su vida cotidiana, que la procesión iba por dentro. Cuando veo las fotos de ella percibo con mucha claridad esa sensación de haber conocido a muchas mujeres como ella, con esos rasgos mixturados, de familia acampada, inteligentes y de una vida afectiva complicada, y en donde la modernidad era más bien un hecho de consumo suntuario, pero no una característica cultural. Estas mujeres solían ser más sofisticadas que sus hombres, que solían ser -como decía una amiga feminista- unos gorilones básicos, pero muy astutos y con mucha tendencia a la disipación. Todo esto muy subjetivo, por cierto.
Muchas obras narrativas clásicas fueron construidas a partir de noticias periodísticas, Rojo y Negro, de Stendal, o A Sangre Fría, de Truman Capote, incluso para su construcción y composición se hizo investigación periodística acuciosa. De ahí proviene la corriente narrativa, realista, del relato de no ficción (non fiction). En este caso no puedo dejar de ver en ese sur el lugar en que cambié mi proyecto agrícola por el proyecto literario. Una zona en que nada es demasiado hermoso ni utópico, pero sí fascinante, porque la producción de horror suele opacar la potencia del paisaje. Y comprender que la ficción era una manera de ingresar a él, aunque el mundo magisterial nos imponía la poesía como sistema de registro canónico de un mito verificable en un imaginario simbolista. La vida interior de urbes que aún viven la rudeza de la ruralidad en sus mentes y modos de vida es la que un instrumento como la ficción potencia en sus diferentes modelos de realización.
Siempre he estado tentado a escribir sobre criminalidad y suicidios en las zonas insulares que habité. De hecho fui testigo cercano de varios hechos de sangre o de tragedias producidas por depresiones intratadas o por falta de protocolos de comunicación o, simplemente, por modos de vida que asumen el lado más patético de la modernidad, que es el momento de su imitación deslumbrante. El asesinato de Viviana Haeger me recuerda un cuento de Edgar Allan Poe, La Carta Robada, que aunque no se parece a nivel de contenido, sí repite el paradojal procedimiento de la evidencia de lo evidente. Todo está ahí, el crimen, el autor y las motivaciones; todo a la vista, pero esa claridad lo oscurece todo. En este caso nadie dudaba del carácter del crimen ni del criminal, hasta que se produjo el quiebre del relato dominante.
Hay un periodista de allá que ha investigado el crimen, ojalá un día pueda conversar con él; cuando vi una entrevista suya en las noticias contó algo sobre una terapeuta que vivía cerca de donde yo viví alguna vez y que habría muerto en extrañas circunstancias. Quizás ese periodista esté preparando un libro al respecto. Creo que voy a estar más atento al caso, a pesar de que yo no tengo la impudicia de los periodistas. Es que la vida está ya tan ficcionada que es muy difícil vivirla sin estos dispositivos imaginarios, que son los recursos de la sobrevivencia.
pueblos abandonados
POR Marcelo Mellado*
* Escritor y profesor de Castellano. Es autor de "La batalla de Placilla" .