Desprecio profundamente las ferias de libros; las otras, las de verduras y de animales, no tanto. El espectáculo termina siendo más importante que el producto; serían más soportables si el evento estuviera centrado en la cosa pública, creo, o supongo. Pienso en la riqueza que hay en la simple circulación de personas. Quizás estoy generalizando demasiado y no respetando la diversidad de ofertas al respecto. Porque hay varios modelos de feria; están las municipales, las independientes, también hay esas internacionales que están centradas en las editoriales transnacionales y en el negocio más institucional de la literatura y lo libresco. Igual las siento a todas despreciables, quizás por una fobia endémica a todo estatuto de la representación; incluso aquellas organizadas por esas editoriales que exhiben una cierta supremacía ética, me refiero a las llamadas independientes, cuyo plan de negocios supone hacerse cargo de los temas alternativos o del canon progresista, y también de las nuevas propuestas, tanto poéticas, como narrativas, a veces.
Recuerdo que el objetivo de las ferias de animales y de hortalizas es llevar el producto directamente al cliente o al consumidor, saltándose al intermediario. En el caso de los libros es al revés, son los intermediarios, las editoriales, e incluso las librerías, las que hacen el negocio. El otro día intercambiaba correos agresivos con una impresentable, dedicada promover su negocito libresco; ella invitaba, en un correo invasivo, en una amplia convocatoria, a quien quisiera sentirse editor (incluso hablaba de micro editoriales), a llevar sus libros a la feria de Viña, que debe ser de las peores del país, por su falta de espesor conceptual y por la calidad del desprecio hacia la clientela. La impresentable, al peor estilo populista, invitaba a todos, sin curatoría ni filtro, a participar del espacio que, al parecer, ella maneja o administra, después de hacer programadas pataletas para ser incluida en el negocio de exhibición editorial. Esas pataletas, que alguna vez fueron llamadas funas, suelen ser estrategias de los que no tienen obra para ser protagonistas de algo, al menos de un escándalo. La escena quejumbrosa supone la denuncia de una injusticia, la de no ser tomados en cuenta o excluidos del mercado.
En lo personal, como autor, he sido sistemáticamente despreciado en este tipo de eventos, generalmente municipales, no sólo por omisión, sino también por maltrato natural a las autonomías productivas, me imagino. En general agradezco ese desprecio y omisión, porque uno se evita justificaciones tontas para no participar. Echo de menos una instancia en que la hegemonía no la lleven ni los editores ni los mediadores, o los operadores culturosos, que hacen su negocito miserable. Ojalá hubiera un evento en que pudieran directamente los productores de escritura presentar sus productos, sin mediaciones perversas.
A muchos les llama la atención de que una ciudad grande y con una tremenda imagen patrimonial, como Valpo, no sea sede de una de estas ferias librescas, cuando en casi todas las ciudades hay. No es raro que así sea por el nivel de desquiciamiento que impera en las relaciones culturales; además, está la insoportable impostura poeticona y literalitosa que impide todo emprendimiento colectivo razonable. Por otro lado, su municipio es de lo peor.
POR Marcelo Mellado*
* Escritor y profesor de Castellano. Es autor de "La batalla de Placilla" .