Apuntes sobre el diccionario (www.rae.es)
El triunfo o el éxito a cualquier precio parece ser una realidad más común de lo esperable. ¿O acaso la Real Academia es infalible como la Santa Biblia para algunos protestantes?
Hace algo de tiempo, en un vano alarde de excelencia, la socialité Mary Rose Mac-Gill aseguró que "sería maravilloso que todas las personas conocieran por completo las palabras de la RAE". Se refería, por supuesto, al célebre Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, dimanado de la institución homónima fundada en 1713 y que, de acuerdo a su clásica divisa, "limpia, fija y da esplendor" a la lengua castellana.
Aún a despecho de que la opinión de la garbosa dama pudiera ser más elitista que democratizante, tiendo a estar de acuerdo con sus dichos. Pero con muchos matices. Se ha repetido que el lenguaje (me refiero al verbal) nos enriquece e inclusive que nos hace más humanos (Maturana); se ha llegado hasta a decir que nos aclara el pensamiento. No indagaré por ahora en tan abstrusas consideraciones. Pero sí me interesa de momento -pero sólo de momento- desacralizar a la RAE.
El problema es mucho menos el diccionario aquel (cuyas puertas a diario traspaso), como los rottweilers que se dicen sus amigos, algunos de los cuáles son bastante subnutridos en lo que a lenguaje creativo (o indagatorio) respecta. Dos ejemplos: uno de ellos -un célebre académico- objetó que en una crónica interpretativa el colega Aníbal Barrera, mientras se especulaba con el nombre del posible intendente de La Araucanía en los albores de Piñera, dijera que Genoveva Sepúlveda cumplía con el perfil de los "intendentables"; otra, una doctora en Literatura, que un escritor amigo ocupara la graciosa expresión "mojigoide" para referirse a un hipócrita de baja estofa. Y así.
Sinceramente, no puedo convenir con aquellos dictámenes. Como se ha dicho muchas veces, el lenguaje es mutable y -como el dios Jano que a un tiempo miraba hacia el pasado y hacia el porvenir- está obligado, si pretende ser creativo y a su modo inmarcesible, a hacerse cargo tanto de arcaísmos como de neologismos. Y sin duda alguna tomarse libertades y jugar, pues no hay tradición sin ruptura. ¿O acaso la Real Academia es infalible como la Santa Biblia para algunos protestantes? ¿Y si así fuere, por qué la palabra "audiovisualista" (por dar apenas un ejemplo), que 99 de cada 100 chilenos medianamente educados asume, se supone que "no existe"?
Una última consideración. No obstante la tiesura de la RAE, sugiero a no dudarlo y a todas las personas que anhelen ampliar o precisar su lenguaje, que la visiten. Tal vez en el sitio www.rae.es. Después de todo, a estas alturas del vértigo quizá ya no estemos para portar ladrillos porque tal vez, como asegura Philip Dick, "las pantallas nos han derrotado".
Luis Marín presidente del Colegio de Periodistas de La Araucanía