Las parrillas programáticas culturales del verano, con sus ferias, festivales y espectáculos, definen gran parte de los proyectos de los centros culturales y corporaciones dedicadas al rubro en la provincia, y que trabajan para eso durante todo el año. El muy mentado GAM (centro cultural Gabriela Mistral) capitalino, sería el proveedor de algunos de estos insumos para los centros culturales de provincia, algo como eso le escuché decir a su nuevo director. Los noticiarios veraniegos de TVN son muy clarificadores al respecto. Recordemos que la gente suele veranear en la provincia, al menos la gente que no sale del país, que no es poca. Más aún, muchos creen que un centro cultural se define por lo que es su calendario de eventos, ojalá producidos en Stgo. Es decir, mientras haya Bafochi, Teatro a Mil, Sinfónica y Filarmónica con temporadas de extensión, la cosa está resuelta para nosotros. Todo a medio camino entre la difusión del arte capitalino e internacional y el evento. No podemos olvidar, además, las patéticas ferias librescas, tanto las que organizan los municipios, como las que hacen las pretensiosas editoriales independientes en su proyecto de copamiento del mercado. Y ni hablar de los festivales artísticos en algunas comunas, las que incluso (le) pueden llevar carnaval, tango y harto bailongo callejero, y tamborileo. La clave es tener(le) entretención y espectáculo a los veraneantes.
La otra pega que tienen los centros culturales es el tallerismo endémico con que ofertan a sus comunidades, talleres que pueden ir desde el macramé hasta de crónicas locales, pasando por cocina vernácula. Son satisfactores de demandas blandas para las que un buen alcalde debe estar preparado. Estas funciones secundarias, cercanas al ocio, son las concepciones de sentido común cultural que suelen imperar en los municipios. La cultura (no) debiera protagonizar un cambio radical en la imagen de un territorio. En Chile eso no es posible. Aunque tanto Chiloé, como Valpo le deben a la palabra cultura gran parte de su valor comercial. Ni hablar del litoral de los poetas. La palabrita suele estar como objetivo estratégico en sus planes de desarrollo. Letra muerta, por cierto.
Para mí la pregunta del momento es la siguiente: ¿De qué modo afectará a la cultura la catástrofe política que vive el país? Situación que la mayoría de la población no percibe o ante la cual no reacciona. Uno de los primeros síntomas de la debacle es la corriente ética y jurídica que fiscaliza, pero que por sí sola no puede cambiar el statu quo. Lamentablemente los artistas que antiguamente eran los primeros en reaccionar, hoy no tienen ese anticipo crítico de la catástrofe; su reacción es tardía y sin ningún valor político. Incluso se podría decir que colaboran, ingenuamente, con el clásico pan y circo. Es lamentable el papel degradado y secundario que juega la cultura en el quehacer público, debiendo ser protagonista de los cambios más que necesarios.
Hermosa metáfora el de la fragata portuguesa asolando nuestras costas y liberándonos de los veraneantes indeseados que nos invaden con su escenográfica felicidad. Incluso es posible ver (y escuchar) recitar a poetas con hawayanas en algunos escenarios improvisados de algún chiringuito culturoso. Y probablemente alguna histérica poetizante hará una pataleta para que le hagan un lugarcito privilegiado, alegando discriminación, y se convertirá en clienta frecuente de la institucionalidad cultural. Cuando eso ocurre es porque la decadencia está tocándonos la puerta para invadirnos.
POR Marcelo Mellado*
* Escritor y profesor de Castellano. Es autor de "La batalla de Placilla" .