Los desencuentros entre partidos asociados por un mismo programa o una misma tendencia, suelen tener componentes parecidos, tales como la tendencia al protagonismo de sus dirigentes o los celos que surgen frente a la captación del electorado. Las cuestiones de fondos, el rol positivo que debe jugar el partido político, para enfrentar la realización de un proyecto consensuado con otras fuerzas de opinión sobre la base del cual se plantea la gobernabilidad del país, aparecen considerablemente olvidadas en la hora de las querellas internas de las colisiones.
Lo que algunos políticos no advierten, es que cada día los medios de comunicación ponen de manifiesto en su exacta realidad, la dimensión de estos conflictos, acertando más de las veces en las causas ocultas, generalmente subalternas que los originan. Así ha ocurrido con la derecha y así está ocurriendo con la Nueva Mayoría. Pero cuando a ellos se agregan otros factores que tocan la moralidad pública, la discordia propiamente partidaria, adquiere contornos todavía más oscuros.
De esta mezcla surge el deterioro inevitable de la clase política y, en el caso de la Nueva Mayoría, se suele pedir al ejecutivo que ponga orden en las organizaciones que lo apoyan. Ello quiere decir ni más ni menos que el ejecutivo debería asumir el carácter de una instancia colocada sobre las estructuras de decisión de los partidos políticos.
Creo que es oportuno reconocer la gran diferencia que existe entre la clase política anterior a 1973, desaparecida en gran parte y la que ahora busca una nueva consolidación, con dirigentes que tratan de consagrar otros estilos, otras fórmulas de trabajo, otros liderazgos.
Comencé esta columna diciendo que los medios de comunicación entregan ahora, los más recónditos antecedentes políticos. Pero hay algo que debería ir más allá de lo que apunta el juicio de la opinión pública, que califica con más certeza los hechos políticos en su connotación moral. Hay demasiados hechos ilícitos indesmentibles, palabras dichas con ligereza, que llegan al descrédito. Es incuestionable que el periodismo no se ha limitado a los causes tradicionales de información, dando paso al papel legítimo de investigación. Si a ello se agrega que los propios sucesos políticos provocados por abiertas ilegalidades, por excesos de afanes publicitarios, el pretexto desbocado de fiscalización a través de inoperantes comisiones investigadoras del parlamento, entregan a la prensa como nunca, hasta ahora vetas de gran interés para la opinión pública y que, lamentablemente, generan un repudio inevitable cuando salen a la luz verdades dolorosas que van corroyendo a nuestra sociedad.
Roberto Muñoz Barra Ex senador y presidente del Instituto de estudios públicos Social Demócrata