Hemos asistido al brutal ataque a una madre a quién le arrancaron los ojos, a la destrucción incomprensible de un Colegio emblemático, a acciones muy dolorosas contra símbolos religiosos, violento desalojo de fieles en un culto evangélico y quema se su iglesia, a una permanente agresión ad intra y ad extra de coaliciones políticas, a hechos de corrupción y colusiones graves en el ámbito público y privado. Y en el exterior, una cruel e irracional matanza de jóvenes en un club gay.
Si queremos una sociedad distinta, necesitamos educar en modo diferente a las nuevas generaciones. Nos asiste la convicción de que nuestro actual sistema educacional tiene serias dificultades para dar respuestas adecuadas a las grandes ansias del corazón de nuestros jóvenes, a sus necesidades de desarrollo afectivo, intelectual, ético, social y espiritual.
En la actual cultura se hace indispensable repensar al ser humano y su destino para que él pueda desempeñar su papel como sujeto de la historia y como destinatario del progreso, dando espacio al sentido más profundo de la vida humana. Pero, de hecho, pareciera que no existe un pronunciamiento explícito en torno a alguna concepción de hombre o de persona determinados que desea formarse. No basta una educación para la ciudadanía, que puede confundir al "ciudadano" con la "persona", creando una sociedad de individuos, donde cada uno compite, busca su éxito y se aísla. Es una cultura que rompe solidaridades, masifica y crea soledad. Nuestros jóvenes masificados viven una soledad brutal.
De esta forma no despliegan los mejores valores de los jóvenes ni su espíritu religioso; tampoco les enseñan los caminos para superar la violencia y acercarse a la felicidad, ni les ayudan a llevar una vida sobria y adquirir aquellas actitudes, virtudes y costumbres que harán estable el hogar que funden, y que les convertirán en constructores solidarios de la paz y del futuro de la sociedad. Por ello es necesario poner de relieve la dimensión ética y religiosa de la cultura. Pero no se da libertad ética sino en la confrontación con los valores absolutos de los cuales depende el sentido y el valor de la vida del hombre.
Se dice esto, porque, aun en el ámbito de la educación, se manifiesta la tendencia a asumir la actualidad como parámetro de los valores, corriendo así el peligro de responder a aspiraciones transitorias y superficiales y perder de vista las exigencias más profundas del mundo contemporáneo, como son formar personalidades fuertes y responsables, capaces de hacer opciones libres y justas. Características a través de las cuales los jóvenes se capacitan para abrirse progresivamente a la realidad y formarse una determinada concepción de la vida. Así configurada, la educación supone no solamente una elección de valores culturales, sino también una elección de valores de vida que deben estar presentes de manera operante.
Héctor Vargas, obispo de Temuco