Hace unos días, el Juzgado de Garantía de Valparaíso absolvió a los dos últimos imputados por los desórdenes que se produjeron el 6 de diciembre del año pasado en esa ciudad, con ocasión del partido entre Wanderers y Colo Colo. Los abogados de la Gobernación no se presentaron a la audiencia, lo que causó indignación entre quienes están preocupados de la violencia en los estadios.
Queda la sensación de que dañar, destruir bienes de uso público o agredir a policías no tiene sanción. Es una realidad lamentable. La violencia está instalada en los estadios.
Pero el vandalismo no sólo tiene como escenarios los recintos deportivos, sino que se instaló en las calles, en las poblaciones, en colegios y liceos, y en lugares privados destinados a la diversión. Dañar, destruir bienes de uso público o las agresiones, salen hoy -lamentablemente- casi gratis para sus autores. Destruir las butacas de estadios recién remodelados, sacar semáforos o señales instaladas en las calles, lanzar piedras, bombas caseras o agredir con ácido a Carabineros resultan finalmente sin sanciones. De esta forma, es muy difícil erradicar la violencia, que también es alentada en las redes sociales, donde además de las groserías hay agresiones escritas y descalificaciones circulando al amparo del anonimato.
Los hechos que ocurren en los estadios, construidos con recursos de todos los chilenos, son una muestra de ese clima odioso que causa destrucción material y personal, y que afecta expresiones como el fútbol. Se aleja así a las familias y a quienes buscan sana distracción en la emoción de un cotejo.
En el caso del fútbol, se ha legislado estableciendo normas para lograr estadios seguros, con una estructura responsable de esta tarea y con la aplicación de tecnologías y medidas preventivas, que siempre son insuficientes. El resultado ha sido pobre. Incluso cuando se logra identificar y detener a los culpables, el castigo es leve -si es que existe- y no intimida a quienes insisten en recurrir a la violencia como conducta frecuente.