Tantos rompieron vestiduras frente al lucro, presentándolo como una lacra que afectaba sólo a los ricos inmisericordes partidarios del neoliberalismo; gritaron a los cuatro vientos el desprecio de los empresarios hacia la clase obrera; denunciaron la manipulación que políticos de derecha hicieron de los pobres; establecieron que debían existir garantías de igualdad hacia todo chileno en todo orden de cosas, y manifestaron que sería ésta una de sus conquistas.
Sin embargo, hemos sido testigos de cómo en realidad los intereses encubiertos por enriquecerse a toda costa han beneficiado sólo a algunos; pagar sobresueldos es una manifestación de aquello; usar boletas de servicios jamás prestados, adjudicar millonarias asesorías a amigos y partidarios, establecer el nepotismo como pan de cada día, corromper todo lo que tocan, así como el rey Midas a la inversa, finalmente no era privativo sólo de la derecha.
A esta ambición sin límites que se suponía era propia de un sector ideológico, por su ignorancia del sufrimiento familiar ante sueldos indignos, y su apatía frente a las pensiones miserables, ahora se le sumaron los que se suponía equilibraban la balanza del drama social que por décadas hemos vivido.
En Chile se han desnudado no sólo las acciones si no también las intenciones, de muchos de aquellos que daban discursos sabiendo, o más bien conociendo la mentalidad de un país que pasó de ser consumista de objetos inútiles a consumista de ideas vacías.
Tanto discurso y promesa que hacían cosquillas a los oídos de la masa, tanta vanagloria sobre modelos ideologizados pero que no han sido exitosos en ninguna parte del planeta, al final se han ido derrumbando.
Es que una vez más la Biblia tenía razón: la causa de muchos males es el amor al dinero. Y no tiene tanto que ver con derechas e izquierdas, sino con vacíos interiores y falta de trascendencia que se intenta llenar con recursos. Finalmente, no importa si sean ideólogos, políticos o politólogos que adscriben a un modelo u otro, casi todos se aprovechan del sistema. A ellos podemos sumar militares, religiosos, empresarios u ociosos, todos movidos por lo mismo: amor al dinero.
Mientras nuestro país y sus autoridades que tanto pregonan sobre el servicio público, sigan siendo carcomidas por la ambición y avaricia, todos seguiremos sufriendo. Aunque tengamos éxito económico como país, ello no nos hará más ricos, pues seguiremos contaminando todo lo que toquemos, y seremos tan pobres que al final sólo tendremos dinero.
Andrés Casanueva, pastor evangélico