Con frecuencia, los residentes de la zona lacustre expresan su preocupación por la falta de limpieza en los balnearios más importantes de la Región. Y tienen razón; basta mirar algunas calles y caminos para darse cuenta que están llenas de papeles, restos de envases, colillas de cigarrillos y suciedad. Por lo general, se acusa de poca preocupación de las autoridades. Sin embargo, no obstante que la atención del aseo es susceptible de mejorar, no debe desconocerse que los ciudadanos hacen muy poco por mantener la limpieza.
Se han instalado receptáculos para los desperdicios, pero las personas, principalmente visitantes que aprovechan la temporada estival, no tienen internalizada la cultura del aseo y prefieren botarlos en cualquier lugar. Mención aparte merece la costumbre de lanzar los chicles al suelo, ya que se convierten en un foco de suciedad, considerando que el producto se adhiere al pavimento o a las baldosas, contamina estéticamente y aumenta los costos de limpieza. Esta acción de arrojar la goma de mascar a la calle se produce todos los días, provocando problemas a quienes la pisan y que más tarde -al secarse- deja lunares negros.
Retirarlo es una dura tarea, porque mientras personal de aseo lo saca, por otro lado hay más personas que insisten en su acción. Hay que admitir que no se trata de un problema que solo se da en la zona lacustre, sino que también en nuestra capital de La Araucanía.
Incluso algunas ciudades europeas han debido crear brigadas especiales para retirar los chicles de los pavimentos, en calles y plazas. Por ello se debe insistir para invitar a los peatones a no tirar los chicles en la calle y que los depositen -en su envoltorio- en el papelero.
La cuestión que debemos plantearnos es que es inaceptable vivir en ciudades sucias y con focos contaminantes. Pero somos nosotros mismos los primeros que debemos colaborar para no agravar el problema. La limpieza debe ser parte de nuestra cultura.