Las noticias acerca de un creciente control sobre los incendios forestales que han arrasado nuestro país en las últimas semanas, nos llevan a pensar el futuro inmediato y de largo plazo, en términos de cómo debemos abordar esta tarea titánica de recuperación de lo perdido. Y es titánica porque el activo ambiental con que contábamos, pagado el costo histórico que se atribuye a la Ley de Bosques y al DL 701, era un ejemplo a nivel mundial y eso a nivel de países capitalistas y no capitalistas.
La forma de cómo Chile había podido forestar extensas zonas degradadas y desertificadas era y es motivo de admiración. Esto, porque estas áreas eran en la actualidad un patrimonio recuperado, que permitía por una parte satisfacer las necesidades de madera del país y exportar hacia exigentes mercados y también permitía salvaguardar cada vez de mejor manera los bosques nativos que eran, previo a este proceso, esquilmados para leña, muebles o construcción. Aunque la ley de Bosque Nativo estuvo demasiado tiempo en los archivos del Parlamento y terminó por ser un instrumento con algunas deficiencias, tiende a proteger un patrimonio natural de indudable valor ambiental, social, científico y económico.
Sin embargo, son muchas las interrogantes que surgen acerca de las consecuencias después de un desastre que consumió sobre 580.000 hás. y de ellas, un 60% de plantaciones. Y aunque muchos no lo saben, también afectó a nuestros bosques nativos. Como especialista en hidrología, debo señalar que el primer aspecto que se verá afectado en la temporada de lluvias, es el suelo, producto de que no posee la capa vegetal que lo protege. En ese marco, se generarán tres efectos perniciosos. El primero, la erosión, que pasará en términos promedio de menos de 1 tonelada por hectárea al año, a valores por sobre las 20 toneladas por hectárea al año. Es decir, preparémonos para recibir en nuestros cauces y ríos, más de 10 millones de metros cúbicos de sedimentos que impactarán al riego, la calidad del agua, la fauna de nuestros ríos, las obras civiles como puentes y autopistas, y las ciudades, entre otras.
Un segundo aspecto a considerar es la menor capacidad de los suelos para generar infiltración profunda del agua hacia los acuíferos, al no contar con material vegetal que le ayuda a retener el agua y favorecer dicha infiltración; recordemos que el tiempo de residencia de las aguas subterráneas que posteriormente afloran superficialmente en las cuencas chilenas es variable, pero no menor de 8 años.
Roberto Pizarro, director Centro Tecnológico de Hidrología Ambiental de la Universidad de Talca.