Apuntes sobre el Día del Libro
Llama la atención que, a pesar de las sabidas características climáticas de la zona, las calles sufran todos los años este tipo de emergencias. Leer nos hace más tolerantes, diversos, ilustrados, menos consumistas y menos atados a la tiranía de los sentidos.
Por intermedio de la Unesco y tal como desde hace 23 años, el 23 de abril se celebra el Día Internacional del Libro y el Derecho de Autor, punto neurálgico del llamado Mes del Libro, y que en Chile y también en la Región contempla una serie de actividades conmemorativas, entre las que destacan la entrega del Doctor Honoris Causa al poeta Raúl Zurita, por parte de la Ufro. Dadas así las cosas, quizás tenga sentido plantear algunas reflexiones.
La lectura en sí misma no permite que una persona tenga mejores oportunidades. Hay políticos emblemáticos que visitaron su último texto (literario, diremos) a los 20, pues la mutación del paradigma cognitivo desde lo escrito a lo audiovisual ha hecho que, al menos para efectos del saber utilitario, los libros estén casi a la altura del hacha de piedra.
Los libros no son caros. Basta indagar en las librerías de viejo, en las baratas de los markets, apelar al intercambio, a los dispositivos electrónicos y a las invisitadas bibliotecas. El neo-analfabetismo se relaciona más con la saturación informativa que con la ausencia de libros; requerimos mejores formadores y -por ejemplo- una impronta alternativa contra la omnipotencia de la televisión, no legajos de papeles muertos.
Hay que difundir el entusiasmo por la literatura apelando a la sorpresa. Poetas que reiteran fórmulas archimanidas, escritores incapaces de bajar de sus alturas ignorantes, funcionarios enjaulados en una negligencia muchas veces autoimpuesta, o agentes culturales que confunden la irreverencia -condición indispensable de cualquier innovación- con la falta de respeto, hacen tanto por la lectura como las trabas burocráticas por la iniciativa empresarial.
Como decía Montaigne, la lectura se relaciona demasiado con la felicidad. Poco sacamos con imponerla, y más allá de cualquier necesaria apelación a la disciplina o a la tolerancia a la hora de entrar en un texto, el concepto de lectura obligatoria es una contradicción.
Me permito objetar (es un decir) el primer punto. Las personas debieran leer más, sobre todo los líderes. Leer nos hace más tolerantes, diversos, ilustrados, menos consumistas y menos atados a la tiranía de los sentidos. La lectura nos sume en una dulce intimidad, pone un freno entre el pensamiento y la acción, refresca nuestras mentes y nos libra del abismo de las imposibilidades, cual si fuese una extensión de nuestra imaginación.
Luis Marín, escritor y periodista