En reiteradas ocasiones hemos abordado la importancia de la participación ciudadana, ya que, entendemos, es la mejor forma de proteger la democracia de nuestro país. Vivir en sociedad no es sólo reclamar derechos, sino que es también asumir deberes y el cuidado del sistema. Implica nutrirlo desde dentro, ayudando a formar ciudadanos comprometidos con su entorno.
Variados estudios realizados en nuestro país al respecto, dan cuenta que los chilenos, en general, valoran la participación ciudadana, la que incluso consideran un deber, aunque una mayoría no la ejerce. Al menos no a través de instituciones donde su actuar genere cambios sociales, emita opinión política o contribuya a alguna causa. Se trataría de una expresión más del doble estándar nacional, según el cual se dice una cosa y se hace otra. Y es probable. Sin embargo, la experiencia invita a escarbar algo más profundo y preguntarse por qué existe esa diferencia de apreciación.
Recientes estudios han determinado que un tercio de la población se siente lejos de la toma de decisiones generales del país y la mayoría alude a lo mismo respecto de la marcha de las instituciones donde trabaja. Es decir, habría una falta de sentido real para la participación, una idea instalada respecto de la inutilidad práctica de ella, que contrasta con la necesidad (y obligatoriedad legal, en algunos casos) de su existencia. En otras palabras, la sensación que existe es que las decisiones finales son tomadas por algunos que "escuchan, pero no hacen caso".
Las elecciones de fines del año pasado dejaron en evidencia que para los chilenos participar no es solamente acudir a sufragar cada cierto tiempo. La verdadera participación comienza en cada unidad, en la junta vecinal, en el centro de padres, en las instituciones sociales, profesionales, gremiales, deportivas, recreacionales, etcétera. Hay que superar la desconfianza y pensar que cada uno puede aportar para que cada entidad sea mejor, porque todo eso contribuirá para que seamos mejor como sociedad.