Esta semana celebraremos esta fiesta, que es «nuestra» fiesta: no porque nosotros seamos buenos, sino porque la santidad de Dios ha tocado nuestra vida. Los santos no son figuritas perfectas, sino personas atravesadas por Dios. Podemos compararlas con las vidrieras de las iglesias, que dejan entrar la luz en diversas tonalidades de color. Los santos son nuestros hermanos y hermanas que han recibido la luz de Dios en su corazón y la han transmitido al mundo, cada uno según su propia «tonalidad». Pero todos han sido transparentes, han luchado por quitar las manchas y las oscuridades del pecado, para hacer pasar la luz afectuosa de Dios. Este es el objetivo de la vida: hacer pasar la luz de Dios y también el objetivo de nuestra vida. De hecho, en el Evangelio de esta Fiesta, Jesús se dirige a los suyos, a todos nosotros, diciéndonos «bienaventurados» (Mateo 5, 3). Es la palabra con la cual inicia su predicación, que es «Evangelio», Buena Noticia porque es el camino de la felicidad. Quien está con Jesús es bienaventurado, es feliz. La felicidad no está en tener algo o en convertirse en alguien, no, la felicidad verdadera es estar con el Señor y vivir por amor. Debemos ir adelante, para creer en esto. Entonces, los ingredientes para una vida feliz se llaman bienaventuranzas: son bienaventurados los sencillos, los humildes que hacen lugar a Dios, que saben llorar por los demás y por los propios errores.
Ellas no exigen gestos asombrosos, no son para superhombres, sino para quien vive las pruebas y las fatigas de cada día, son para nosotros. Así son los santos: respiran como todos el aire contaminado del mal que existe en el mundo, pero en el camino no pierden nunca de vista el recorrido de Jesús, aquel indicado en las bienaventuranzas, que son como un mapa de la vida cristiana. Como afirma el Papa Francisco, es la fiesta de aquellos que han alcanzado la meta indicada por este mapa: no sólo los santos "oficiales", sino tantos hermanos y hermanas «de la puerta de al lado», que tal vez hemos encontrado y conocido. Hoy es una fiesta de familia, de tantas personas sencillas, escondidas que en realidad ayudan a Dios a llevar adelante el mundo. ¡Y existen muchos hoy! Son tantos. Como dice la primera bienaventuranza- son «los pobres de espíritu» (Mateo 5, 3). ¿Qué significa? Que no viven para el éxito, el poder y el dinero. Saben que quien acumula tesoros para sí no se enriquece ante Dios (cf. Lucas 12, 21). Creen en cambio que el Señor es el tesoro de la vida, y el amor al prójimo la única verdadera fuente de ganancia.
Héctor Vargas Bastidas Obispo de Temuco