¿Doble discurso, falta de información o simplemente una dosis de egoísmo? Estas pueden ser algunas de las causas que explican la drástica caída en las donaciones de órganos a nivel nacional y la Región de La Araucanía.

Habitualmente la opinión pública conoce de casos que vuelven a poner en la discusión la preocupante realidad de aquellos pacientes que esperan desde hace meses e incluso años un gesto de amor a través de la donación y posterior trasplante.

Hay muchos paciente que viven una larga agonía a la espera de un órgano, y la ayuda nunca llega. Y esto a pesar de todos los esfuerzos y llamados de los familiares y amigos.

Es evidente que no solo basta con las buenas intenciones para materializar los procuramientos, sino con un convencimiento real que la donación de órganos es un gesto que trasciende la muerte, es una segunda oportunidad de vivir.

Son decenas las familias que esperan casi un milagro para concretar un deseo que muchas veces es pregonado con fuerza, pero que tiene escaso impacto al momento de tomar una decisión.

Es cierto, en ese instante hay un dolor profundo e inimaginable para los seres queridos de la persona fallecida, pero también existe un desconocimiento real para hacer efectivo un deseo personal que muchas veces es negado por los familiares.

La lista de espera es única, transversal y a nivel nacional. Ésta es regulada por el Instituto de Salud Pública (ISP), en base a diferentes criterios de urgencia. Esto desmiente la creencia popular que personas influyentes o con poder adquisitivo serían prioridad por sobre otras, que no es tal.

Los órganos más recibidos son córneas, hígado y riñón. En tanto, los órganos con menos recepción son corazón y páncreas.

Ser donante es un gesto de amor que trasciende más allá de la muerte.

Toda persona humana debe la vida a una madre y casi siempre debe a ella mucho de la propia existencia sucesiva, de la formación humana y espiritual. Pero la madre, aun siendo muy exaltada desde el punto de vista simbólico, es poco escuchada y poco ayudada en la vida cotidiana, poco considerada en su rol central en la sociedad. Sería necesario comprender más su lucha cotidiana para ser eficientes en el trabajo y atentas y afectuosas en familia. Las madres son el antídoto más fuerte a la difusión del individualismo egoísta. "Individuo" quiere decir "que no puede ser dividido". Las madres, en cambio, se "dividen" en mil roles, desde cuando acogen un hijo para darlo al mundo y hacerlo crecer. Son quienes odian mayormente la guerra y vicios, que matan a sus hijos. Son ellas quienes testimonian la belleza de la vida.

Sí, ser madre no significa solo traer al mundo un hijo, sino es también una elección: dar vida, concibiendo en su seno a su hijo, dando a luz, amamantando, cuidando, educando y conteniendo con cariño. Y esto es grande, esto es bello. Una sociedad sin madres sería una sociedad inhumana, porque las madres siempre saben testimoniar incluso en los peores momentos, la ternura, la dedicación, la fuerza moral. Es por ello, que la apatía y frialdad que reinaría en una sociedad sin madres, estaría dominada por el cálculo y la especulación, sin dejar cabida a la piedad. En las primeras oraciones y gestos de devoción que un niño aprende de la madre creyente, se inscribe el valor de la fe en la vida de un ser humano.

El Papa Francisco afirma: "He aprendido mucho de esas madres que, teniendo a sus hijos presos, o postrados en la cama de un hospital, o sometidos por la esclavitud de la droga, con frío o calor, lluvia o sequía, no se dan por vencidas y siguen peleando para darles a ellos lo mejor. O esas madres que en los campos de refugiados, o incluso en medio de la guerra, logran abrazar y sostener sin desfallecer el sufrimiento de sus hijos". Ha centrado su mensaje en la figura de María, la madre de Dios, que ha comparado con todas aquellas madres que hoy en día "dejan literalmente la vida para que ninguno de sus hijos se pierda". La Virgen se nos aparece como una de tantas madres de nuestro mundo: valiente hasta el extremo, cuando se trata de acoger en el vientre la historia de un nuevo hombre que nace.

Por eso la sociedad debería progresar en la legislación, para asegurar a las madres estar junto a sus hijos en sus primeros años de vida, por los riesgos que trae la ausencia del calor y la ternura que solo ellas pueden brindarles. Los niños necesitan, a su vez, el amor de su padre y su madre, que los ayuden en su madurez íntegra y armoniosa. Necesitan del amor de cada uno, pero también del amor entre ellos. Papá y mamá, muestran el rostro materno y el rostro paterno del Señor. Queridas madres, en éste su día, gracias, gracias por lo que son en la familia y por aquello que dan a la Iglesia y al mundo. Y a nuestras mamás que han partido, que sigan bendiciéndonos desde el cielo que un día nos mostraron con su amor y fe.

Héctor Vargas, obispo de Temuco

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