Debemos constatar con dolor que también hoy conflictos violentos, injusticias, discriminaciones se suceden, desequilibrios económicos y sociales no cesan de lacerar la humanidad; injusticias y discriminaciones se suceden. Y son los pobres quienes más sufren las consecuencias de esta situación. Un ejemplo, son los 200 millones de seres humanos que anualmente se ven obligados a desplazarse, que además de soportar dificultades por su misma condición, con frecuencia son objeto de juicios negativos, puesto que se las considera responsables de los males sociales. En Chile es común escuchar de quitar trabajo, traer enfermedades, ser delincuentes, copar las ayudas y atenciones de los servicios públicos.
El problema no es el hecho de tener dudas. El problema es cuando esas dudas y temores, condicionan nuestra forma de pensar y de actuar hasta el punto de convertirnos en seres intolerantes, cerrados y quizás, sin darnos cuenta, incluso racistas. La actitud hacia ellos constituye una señal de alarma que nos advierte de la decadencia moral a la que nos enfrentamos si seguimos dando espacio a la cultura del descarte. De hecho, por esta senda, cada sujeto que no responde a nuestros "cánones" del bienestar físico, mental y social, corre el riesgo de ser marginado y excluido. El mundo actual es cada día más elitista y cruel con los excluidos. La actitud hacia ellos constituye una señal de alarma, que nos advierte de la decadencia moral a la que nos enfrentamos si seguimos dando espacio a la cultura del descarte.
Mientras países en vías de desarrollo agotan sus mejores recursos naturales y humanos en beneficio de unos pocos mercados privilegiados, las sociedades económicamente más avanzadas desarrollan en su seno la tendencia a un marcado individualismo que, combinado con la mentalidad utilitarista y multiplicado por la red mediática, produce la globalización de la indiferencia. Olvidan que tras guerras, millones de europeos partieron para establecerse en Sudamérica y en los Estados Unidos. Hace algunas décadas, también miles de chilenos se vieron forzados a migrar. La actitud hacia ellos constituye una señal de alarma, que nos advierte de la decadencia moral a la que nos enfrentamos si seguimos dando espacio a la cultura del descarte.
Como exhorta Francisco, no se trata solo de migrantes: se trata de la caridad del Evangelio, que se ejerce con quienes no pueden corresponder y tal vez ni siquiera dar gracias. Lo que está en juego es el rostro que queremos darnos como sociedad y el valor de cada vida. Se trata de nuestra humanidad, de no excluir a nadie, de poner a los últimos en primer lugar como Jesús, que no cedió a la lógica del mundo.
Héctor Vargas, obispo de Temuco