Un ejemplo de adviento
Según un parlamentario impulsor de la rebaja no se termina con el abuso, pero se avanza hacia una tasa más justa. "Debe ser el inicio de una caída mayor".Sólo aquél que espera es capaz de entregarse sin medida.
Este tiempo de Adviento, con su hermosa pedagogía de la esperanza, es una invitación a prepararnos auténticamente a acoger a Jesús, que en el recuerdo de su histórica venida quiere llegar hasta nosotros para transformar nuestra vida, con el gozo y la alegría que solo Él puede dar.
Durante este periodo se ha puesto de relieve la figura de María Santísima, quien esperó en sus purísimas entrañas al Niño Dios; a Ella hemos celebrado el domingo anterior en la Fiesta de la Inmaculada Concepción, día en el cual en todos los rincones de la Diócesis se clausuró el Mes de María, y el Año de la Fe; solemne día en el que fue llamado a la Casa del Padre, después de una breve, pero dolorosa enfermedad, un querido diácono de nuestra diócesis, don Rodolfo Cañas Olguín. Su despedida la hemos vivido en este tiempo de espera, y nos ha ayudado a profundizar su entrega personal, como un llamado a reavivarnos en la esperanza que provoca el servicio que se realiza sin titubeos ni límites. Esa esperanza es la que sin duda siempre inundó el corazón de este hombre de Dios.
En este periodo litúrgico avanzamos en la espera del Salvador leyendo al profeta Isaías, y recordando el ministerio de Juan Bautista; porque son los profetas los que anuncian sin vacilación que el pueblo recibirá una Luz. Nosotros seremos capaces de anunciar esa Luz solo cuando la misma inteligencia, voluntad y corazón se dejen iluminar por la claridad de Dios, que permite ver ahí donde los otros no ven.
Nuestro hermano Rodolfo vio, con toda seguridad, donde muchos otros no han visto, vio en lo escondido de una ruca, de un hogar o del corazón de tantos que acompañó, en el dolor y en la tristeza, pero también en la alegría y en la esperanza. Este servidor de nuestra diócesis, ha sido reconocido entre las comunidades mapuches, a las que atendió hasta los últimos días de su entregada vida.
Una constatación que no se puede eludir es que Rodolfo nunca tuvo tiempo para él, siempre dedicado a su labor, hasta el olvido de sí, nunca pensó en quedarse en casa sin hacer nada, porque su pasión era el servicio.
Todo esto nos pone en contacto con la enseñanza de Jesús de que "aquél que da su vida, la gana para la vida eterna". Por tanto, podemos afirmar, sin duda, que sólo aquél que espera es capaz de entregarse sin medida, porque existe la firme convicción de que aquello que se aguarda con confianza, es lo más grande, lo más importante, un verdadero tesoro.