El caso de Lautaro es el puntualmente más crítico, pero no es la única comuna que ya no encuentra destino para sus basuras. El desafío es urgente.
"La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y en la comodidad".
¡Nos llegó marzo! Terminaron las vacaciones y hay que retomar el ritmo habitual: clases y trabajo. A esto le acompaña un fenómeno curioso: en muchos se detecta una especie de síndrome de víctima o de eterna somnolencia, y entonces uno se pregunta si el trabajo -escolar, académico o laboral- provoca necesariamente estos efectos o se pueden evitar.
Todos asociamos al trabajo un pago que destinamos a cubrir nuestras necesidades. En efecto, esa es su primera finalidad, tal como apunta Santo Tomás de Aquino, la de "procurar el sustento", el que -además-ha de ser digno. Sin embargo, este fin parece insuficiente para darle sentido: hay personas que ganan poco, pero que están felices en su trabajo y, al revés, otras que ganan más, pero que no disfrutan con lo que hacen.
Dos finalidades más descubre el Aquinate en el trabajo, en tanto que suprime la ociosidad, fuente de numerosos males, y refrena y ordena las pasiones, al tener las energías abocadas en él. Con esta dimensión y con el cuarto fin nos acercamos al verdadero sentido: el de ayudar, que visto ampliamente podríamos entenderlo como poner el trabajo al servicio del bien.
Aunque con el trabajo se persiga todo lo anterior, lo que le concede mayor sentido son las repercusiones positivas en uno mismo y en los demás. Aunque sean sencillos, encontramos motivación en esos trabajos que nos perfeccionan porque nos ayudan a crecer, nos hacen sacar y dar lo mejor de nosotros mismos.
Responde esto a la dinámica del crecimiento personal por el que "la vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y en la comodidad", tal como recuerda el Papa Francisco en su último documento. La consecuencia es que se haga el trabajo a conciencia y bien, lo que tiene un peso especial cuando se trata con personas.
Hay, sin embargo, una finalidad del trabajo aún más elevada y digna: la que descubre en el trabajo una colaboración en la obra creadora de Dios. Cuando se hace por amor a Dios y para colaborar en la belleza del mundo, entonces el trabajo adquiere un valor y un sentido sobrenatural. Todo lo anterior se eleva y perfecciona ganando grados de amor. Y el amor es lo que da realmente sentido a la vida.
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