Aunque este invierno ha concentrado episodios de lluvia intensa en el sur de Chile, eso no significa que la sequía que afecta a este territorio termine. Por el contrario, se trata de episodios críticos de concentración de precipitación -propios del cambio climático-, que más que soluciones al déficit hídrico genera desequilibrios en el territorio, al potenciar fenómenos que se traducen en procesos de anegamiento e inundaciones, sin permitir la recuperación del recurso.

La Araucanía sufre por agua, por no tenerla de manera regular y constante. Los terrenos agrícolas antaño productivos pierden sus virtudes y el éxodo campo- ciudad se acentúa.

Por otra parte, las plantaciones de monocultivos forestales se expanden y su cercanía a asentamientos urbanos, unido a un aumento de la temperatura promedio, genera un mayor riesgo de incendios y, también, una mayor competencia por el vital recurso.

La gestión del territorio, entonces, se hace prioritaria.

Pero para gestionar eficientemente el territorio, lo primero es articular políticas públicas.

Hoy la sequía es atendida por organismos como el Instituto de Desarrollo Agropecuario, Conadi, Comisión Nacional de Riego, Dirección de Obras Hidráulicas, Gobiernos Regionales, Onemi, etc.

Muchos actores con políticas y enfoques, por lo tanto, la articulación de quienes toman decisiones debe ser la primera tarea bajo un prisma que permita una mirada común.

Luego, se deberá buscar soluciones creativas e innovadoras que permitan un mejor uso del suelo y aprovechamiento del agua, entendiendo que el cambio climático es una realidad, donde la adaptación a las nuevas condiciones climáticas es la única estrategia viable para afrontar este desafío.

Estar atentos a cultivos que se adapten a una menor provisión de agua o buscar fórmulas que ayuden a recuperar y cuidar el recurso hídrico, es un reto que los profesionales del sur de Chile deben asumir con prontitud, para disminuir riesgos de eventos catastróficos.

directora Territorio Mayor Centro de Estudios,

La Araucanía ha vivido en los últimos lustros un espectacular crecimiento en su desarrollo frutícola, inesperado hace un par de décadas pero hoy con proyecciones vastas y claras. Manzanas, cerezas, nueces y en especial los distintos berries han ido cambiando en forma muy decidida el antiguo rostro monoproductor de la Región, contribuyendo poco a poco a engrosar las escuálidas cifras exportadoras de La Araucanía.

Un rubro que emerge con tanta fuerza necesita el apoyo del aparataje estatal, toda vez que hay necesidades aleatorias al proceso propio de la producción que no pueden ser encaradas por los privados, entre ellos la cantidad y calidad de la red vial o las instalaciones portuarias y aduaneras. En esta región hay sectores en que la fruticultura se está desarrollando en forma relativamente concentrada, pero uno de los puntos claramente deficitarios es la falta de caminos asfaltados para cuidar producciones de por sí delicadas.

La Araucanía es la región con mayor red caminera del país, alcanzando a los 25 mil kilómetros. Sin embargo, de los 12 mil kilómetros enrolados apenas el 12,5 por ciento cuenta con pavimento. A ellos se suman otros 13 mil kilómetros de caminos de tierra, por lo general en malas o pésimas condiciones.

Esta situación reduce las posibilidades de emprender en iniciativas frutícolas en determinadas zonas, simplemente por la falta de vías adecuadas para sacar la producción, muy sensible a las imperfecciones de las rutas.

En otros casos la producción es enviada a puerto por caminos deficientes, lo que por cierto crea problemas asociados a la poscosecha.

Al aceptar que La Araucanía presenta grandes opciones para la fruticultura -lo que ha sido ya demostrado en innumerables huertos- la autoridad debe automáticamente generar las opciones viales que lo permitan; ello significa diversificar y mejorar la canasta exportadora, proporciona trabajo a miles de temporeros y genera una serie de negocios asociados a la actividad.

Ese es un desafío pendiente.