El Estado tiene la obligación de cautelar la buena y justa inversión de los dineros de todos los chilenos y para que los ciudadanos aprecien ello necesitan de la mayor y más clara información, de modo de opinar y tomar posiciones con todos los antecedentes a la mano.

Es eso, precisamente, lo que ocurre con la concesión o construcción directa de los establecimientos asistenciales. Es muy probable que a la mayoría de las personas el tema le sea ajeno y que el interés no vaya más allá de esperar una buena y oportuna atención y contar con los medicamentos necesarios.

La primera opción permite levantar hospitales sin contar con recursos fiscales, pero sí el ministerio deberá cancelar los subsidios fijos a la operación, el subsidio variable a la operación y premios al cumplimiento, que el Estado pagará al concesionario por el funcionamiento del hospital de que se trate. A ello se suman los pagos por servicios, asunto denunciado por parlamentarios y altos funcionarios del sistema de salud pública, y que alcanzan valores exhorbitantes. ¿Puede cobrarse cinco millones de pesos por el cambio de un lavamanos dañado o destruido? ¿O 100 mil pesos por el de una ampolleta?

Cada seis meses el Estado analiza lo que corresponde a estos hospitales como 'incentivo por nivel de servicio global', vale decir, premios que oscilan entre 5 mil UF a 43 mil UF según los niveles de cumplimiento. Naturalmente antecedentes tan serios como esos han sido analizados y se ha llegado a la conclusión de la inconveniencia del proceso de licitaciones.

Congresistas han hecho presente, además, que el mayor valor del metro cuadrado de construcción entre la concesión y la construcción directa con inversión sectorial ascendería a un 77,9 por ciento.

La salud pública pasa por duros aprietos económicos y ello deriva en menos y poco oportunas atenciones, por tanto es exigible que la gestión eficiente sea la que lidere todas las iniciativas estatales en el campo de la salud, incluyendo la compra de servicios al sector privado cuando sea menester.

Realizaré algunas afirmaciones que pueden ser polémicas y que vienen siendo parte de mis reflexiones desde hace un largo tiempo. Lo son pues trato de entender la disociación presente entre, por ponerlo en términos críticos, las bases y los estamentos superiores o dirigenciales de lo que llamaré la izquierda institucionalizada. Este interés despertó inicialmente cuando los cuatro emblemáticos dirigentes universitarios dieron un paso hacia el Congreso, prometiendo cambiar las cosas desde dentro. También, surge de mi interés por construir un pensamiento de izquierda que reflexione, construya y, luego, actúe. En este sentido, comparto la afirmación del filósofo esloveno Slavoj Zizek, de que necesitamos pensar: piensa, luego actúa. Y es que extraviados en las rémoras del pasado, la izquierda ha llegado a un atasco intelectual tan grande que sólo se aferra a cuanto cargo tiene o puede tener (por más pequeño que este sea). En una entrevista publicada por el medio electrónico Metiendo Ruido al historiador chileno Gabriel Salazar, se reproduce el siguiente texto que me parece vital para entender lo que les estoy proponiendo y que, por cierto, me hace sentir que no estoy tan equivocado. Nos dice Salazar: 'Yo creo que estamos en una doble lucha, contra el sistema neoliberal, y contra nuestras propias rémoras que vienen del pasado y es jodido porque uno tiene que combatir con amigos, sin destruirlos tampoco. No se trata de matar a los comunistas, o ser anticomunista, o anti socialista, o anti Bachelet, se trata de superarlos en buena lid desde dentro de la cultura popular, crear mayorías ahí'. En efecto, la imagen que tengo cada vez más clara es que estamos frente a dos temibles enemigos intelectuales: por un lado, lo cual no es necesario profundizar en esta columna, el sistema neoliberal y el segundo, tal vez el más doloroso de combatir, las rémoras del pasado de la izquierda chilena. La izquierda funciona en Chile como un soporte moral tan pesado que ha dejado en el fondo del mar la posibilidad de una lectura crítica del propio actuar y pensamiento de izquierda. Si criticas a la izquierda, y eres alguien que se concibe de izquierda, eres una suerte de traidor o pasas directamente al panteón de los neoliberales. La rémora más pesada que arrastramos es concebir el mundo entre buenos y malos. Propio de los 70, esta rémora impide la hibridación y el pensamiento alternativo, cristalizando un mundo tipo 'partido', cuya única meta final pareciera ser acceder a los puestos de la estructura de gobierno. Trabajar en este doloroso proceso de desmitificación es parte del ejercicio crítico, el resto es la administración del poder en la sempiterna reproducción oligárquica.