Eutanasia y la dignidad del moribundo
A partir de la década de 1970, comenzando en los países más desarrollados del mundo, se ha ido difundiendo una insistente campaña en favor de la eutanasia. El centro de la justificación que se quiere utilizar y presentar a la opinión pública está constituido sustancialmente por dos ideas fundamentales: el principio de autonomía del sujeto, que tendría derecho a disponer, de manera absoluta, de su propia vida; y la convicción, más o menos explicitada, de la insoportabilidad e inutilidad del dolor que puede a veces acompañar a la muerte. El dolor de los pacientes, del que se habla y sobre el que se quiere fundamentar una casi obligatoriedad de la eutanasia y del suicidio asistido, es hoy más que nunca un dolor 'curable' por la medicina.
A este respecto, podemos preguntarnos si, bajo la justificación de que el dolor del paciente es insoportable, no se esconde más bien la incapacidad de los 'sanos' de acompañar al moribundo en la prueba de su sufrimiento, de dar sentido al dolor humano y una especie de rechazo de la idea misma de sufrimiento, cada vez más difundido en nuestra sociedad donde domina el bienestar y el hedonismo.
La enseñanza de la Iglesia no se limita a definir la eutanasia como moralmente inaceptable, 'en cuanto eliminación deliberada de una persona humana' inocente, sino que también ofrecen un itinerario de asistencia al enfermo grave y al moribundo, que se inspire, tanto bajo el aspecto de la ética médica como bajo el espiritual y pastoral, en el respeto a la dignidad de la persona, en el respeto a la vida y a los valores de la fraternidad y la solidaridad, impulsando a las personas y a las instituciones a responder con testimonios concretos a los desafíos actuales de una cultura de la muerte que se difunde cada vez más.
El enfermo que se siente rodeado por la presencia amorosa, humana y cristiana, no cae en la depresión y en la desesperación de quien, por el contrario, se siente abandonado a su destino de sufrimiento y muerte y pide que acaben con su vida. Por eso la eutanasia es una derrota de quien la teoriza, la decide y la practica. Declarando curable, en el sentido médico, el dolor y proponiendo, como compromiso de solidaridad, la asistencia a los que sufren es como se llega a afirmar el verdadero humanismo: el dolor humano exige amor y participación solidaria, no la expeditiva violencia de la muerte anticipada.
Además, cuando la sociedad llega a legitimar la supresión del individuo reniega de su finalidad y del fundamento mismo de su existencia, abriendo el camino a inequidades cada vez más graves. Esto no impide al médico respetar el deseo de un paciente de permitir que el proceso natural de la muerte siga su curso en la fase final de la enfermedad.