"El mayor castigo para quienes no se interesan en la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan", decía Arnold Toynbee. Pero quienes sí se interesan, en la mayoría de los casos tienen intereses, que para acallar la mirada escrutadora de la sociedad, desnudan esos mismos intereses en otros. Ese fenómeno en psicología se llama proyección. Entonces muchos proyectan en otros sus propios males.
En nuestro país se denuncia el interés de lucro en el sistema educacional, pero nada se dice de la razón que mantiene a muchos de los denunciantes, y por generaciones, en el Congreso y en la política. ¿Estarían dispuestos a ostentar tan alto cargo con un sueldo de profesor? Chile es uno de los países donde los políticos son más caros y los profesores más baratos. Si lo extendemos al devenir político, podemos concluir que tenemos muchos políticos, pero muy pocos estadistas. Deberíamos considerar lo que Bismarck advertía: "El político piensa en la próxima elección, el estadista en la próxima generación".
Podríamos sumar varias reflexiones que surgen de lo anterior, pero, ¿está bien que nos quejemos? Un anciano dijo, "si no hiciste nada para que no sucediera, ahora no te quejes si te cae encima", o como reflexionó el filósofo, "si no nos interesa participar, dejamos la puerta abierta para que los peores nos gobiernen".
Realmente la falta de acción concreta de la sociedad y hasta de la misma iglesia ha confabulado en tener gobiernos y una clase política manejada silenciosamente por grupos de interés que están imponiendo sus agendas tratando de formar "un nuevo hombre". Resultado: ello está afectando la vida moral de la sociedad. Esta realidad aplasta cuando "existe solidaridad y participación vergonzosa entre el gobierno que hace el mal y el pueblo que lo deja hacer", escribía Victor Hugo. Y en nuestro caso, como la mayoría pasiva no se interesa en el devenir político, los menos creen que son los más, y por tanto sin temor imponen sus agendas. Han sido los líderes de dichos intereses de grupo que nos han tratado de convencer que mejores leyes hacen mejores hombres, y nos prometen revolucionar la misma esencia del ser humano. Quieren que confiemos en ellos ciegamente.
No puedo más que coincidir con las palabras de un líder religioso de este siglo, que escribió "cuando la política promete ser redención, promete demasiado. Cuando pretende hacer la obra de Dios, pasa a ser, no divina, sino demoníaca". La Biblia nos recuerda y advierte "maldito el hombre que confía en el hombre".
Andrés Casanueva,