Uno de los pilares de las democracias occidentales, para muchos el más importante de todos, es la libertad de expresión. Sin ella, cualquiera otra de las garantías fundamentales del ser humano podría ser vulnerada, pues no habría nadie para contar lo que sucede, ningún sistema que permita esa transmisión, y en consecuencia, ningún ciudadano con la información necesaria para decidir y actuar. Por algo es que la historia demuestra que apenas los gobiernos autoritarios o totalitarios se hacen del poder, lo primero que hacen es controlar los medios de comunicación, conscientes que sin la libre circulación de las ideas, podrán acometer más fácilmente los planes que tengan respecto de las personas y de los sistemas político y económico que pretendan implantar.
Lo ocurrido en Francia en la jornada del miércoles es, en esencia, un disparo al corazón de las sociedades occidentales que pretende amedrentar y castigar a quienes no piensen como esos atacantes sin rostro. Triste es que haya sucedido en el mismo país de Voltaire, el filósofo y escritor que en el siglo 18 legara para la humanidad aquella frase de "no estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo".
Cuidar de la capacidad de expresar los disensos sin castigo alguno es un deber de la sociedad entera, no sólo de los gobiernos, de los medios de comunicación o de los periodistas. Afortunadamente lejos de las características del vendaval político y policial de Europa, en Chile y en La Araucanía suelen sucederse pequeñas prácticas que atentan, aunque sutil, pero efectivamente, contra la libre circulación de las ideas y de la información, como cierto episodio del año pasado en que un académico, por opinar distinto de una corriente instalada en su entorno respecto de lo que ocurre en la Región, fue criticado y hasta removido del cargo, según se supo posteriormente.
Para mantener la frescura en la generación de las ideas, es esencial tener la capacidad de escuchar nuevos análisis o discursos sin los sesgos de la costumbre o la comodidad. Y este debate, porque eso es lo que debe ser, sólo se puede y debe ganar en el plano de las ideas. Nunca bajo la metralla cobarde.