Últimamente hemos visto actos atroces: asesinatos a sangre fría de rehenes en Medio Oriente; tortura, muerte y desaparición de estudiantes en México; secuestro de jovencitas en África; ataques a periodistas y policías en Francia; atentados incendiarios con riesgo de vidas humanas en La Araucanía, etc. La lista suma y sigue cada día. Algunos afirman que son sólo actos aislados; pero insisto: ¡suma y sigue cada día!
Ver las noticias regionales, nacionales e internacionales dan cuenta no sólo de actos aislados, sino de acciones, quizás no conectadas entre sí, pero sí concertadas.
Dos aspectos me preocupan en el tratamiento de este tipo de situaciones. Primero: que se vean como actos aislados, pues ello disminuye la reacción y debidas acciones de protección por parte de las autoridades. Segundo: la justificación (si es que alguien tiene la bárbara idea de justificar) que quienes cometen dichos actos, o los que los amparan, dan por motivos ideológicos, políticos o religiosos. Al parecer por esos motivos muchos están dispuestos a matar.
En el surgimiento de fundamentalismos que no consideran el respeto a la vida humana, se ven claramente dichas motivaciones. Con tal de avanzar en sus metas de imposición ideológica, política o religiosa, el fin justificará los medios. Por cierto que el cristianismo mal entendido no ha estado exento de este tipo de acciones durante su historia. ¿Cuándo? Cuando se han tomado partes de la Biblia fuera de contexto, sin considerar el espíritu vivificante y reconciliador del Evangelio.
El Evangelio condena la violencia, sea física o verbal, como medio de imposición de ideas, pues rompe por esencia la invitación de Dios en Cristo a reconciliarse con él.
Y aún va más allá: condena no sólo el matar, sino la intención de dañar al prójimo. Jesús no justifica las motivaciones o acciones, sino que se trata con la intención del corazón.
Por ello, a la luz del Evangelio no podemos estar de acuerdo con ningún fundamentalismo que en nombre de ideas, modelos políticos o fe se levanten para destruir al otro. Así entonces, repudiamos las acciones violentas (físicas o verbales) o las intenciones destructivas de quienes dicen hablar en nombre de la iglesia. Y con mayor fuerza rechazamos toda ley que ampare la muerte (como el aborto) esgrimiendo ideologías siniestras cubiertas con el hermoso ropaje de la libertad. Para el verdadero cristiano, matar nunca será una opción, y estar dispuesto a morir a favor de la vida y la fe, será un llamado cotidiano.
Andrés Casanueva,