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Investigador explora el universo oculto de las fotonovelas chilenas

Proyecto. El periodista Fabián Llanca se ha dedicado a recopilar registros de estos desaparecidos relatos.
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Hubo un tiempo en que las fotonovelas eran grito y plata y sus coloridas y dramáticas portadas se apilaban en los veladores de bastantes chilenos. Años en los que muchos se aplicaban tarde y noche a hojear breves historias, muchas de ellas de corte romántico, algunas policiales y una que otra histórica.

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Hoy se puede dar un vistazo a este mundo recobrado en el Facebook Fotonovelas chilenas, comunidad que administra el periodista Fabián Llanca, quien lleva adelante un proyecto Fondart que en octubre de este año verá la luz, incluyendo un sitio web.

- Aunque no tengo una carrera académica formal, por mera curiosidad he investigado sobre los años sesenta y setenta porque me interesa conocer el entorno social, cultural y político que vivieron mis padres antes y después de mi nacimiento. Quizás es una forma de profundizar en mis orígenes.

- Cuando estaba cursando el magíster en arte con mención en patrimonio de la Universidad de Playa Ancha. Buscando un tema para hacer la tesis de título recordé un veraneo en Pichidangui, con mi mujer y mi hijo mayor, que en esa época era único. En una feria artesanal, de esas clásicas playeras, un vendedor algo aburrido ofrecía fotonovelas españolas que circularon en Chile en los setenta. Compré una, la leí y me atrapó su tono engolado y extremadamente formal. Identifiqué un lenguaje audiovisual escondido, una base de expresiones que se desarrollaron y consumieron. De inmediato surgió la pregunta: ¿cómo fue la fotonovela chilena?, ¿por qué se olvidó ese eslabón de la industria cultural criolla?

- La fotonovela nació en la post guerra italiana, muy ligada a la irrupción del neorrealismo. Se replicó en sociedades europeas más latinas como Francia y España; luego cruzó a México y Argentina, dos potencias. La primera historia fotonovelada chilena se publicó en 1959 en la revista Mi Vida, que editaba Guido Vallejos. Para mí, Vallejos es un genio editorial. Tiene proyectos clásicos como Barrabases o El Pingüino, y en su afán por innovar replica los ejemplos argentinos y mexicanos: hacer cine en papel. Lo de Mi Vida fue un experimento: la historia "Desesperanza" se ambienta en el cerro Santa Lucía y es dirigida por Osvaldo Muñoz Romero, más conocido como Rakatán, un periodista que reporteaba con rigurosidad las movidas del carrete nocturno capitalino. El elenco es un resumen del teatro nacional de esos años: Doris Landi, Humberto Onetto, Pepe Guixé, Sara Astica y Marcelo Gaete. Luego surgieron otras revistas como Cine Amor y Marcela, del mismo Vallejos; y hubo competencia franca como Foto Romance, Foto Suspenso y Foto Apasionada, que fortalecieron esta pequeña industria creativa.

- La incertidumbre política y la irrupción irrefrenable de la televisión -de la que la fotonovela fue promotora- terminó por reducir a esta industria chilena a las cenizas. He encontrado rarezas de revistas chilenas de 1974, pero sólo las he considerado esfuerzos vanos por reflotar el formato.

- Las historias fotonoveladas describen cambios en la cotidianidad provocados por el consumo de productos tecnológicos.