Dignidad humana y amenazas
Dios no hace al hombre, sino que hace que lo sea verdaderamente. El hombre no es hecho por Dios, sino puesto -en ser- por Dios. Y Dios lo lanza en el ser exactamente como un ser libre. El hombre recibe de Dios el don radical del amor, que no humilla, sino eleva, porque se trata de una opción: ser llamados a la existencia, significa haber sido amados, apreciados, esperados, no porque exista ya un valor, sino para que llegue a serlo. Gracias a este don radical el hombre es autónomo, o sea, es persona, es aquel ser que se pertenece a sí mismo. De este modo, el hombre pertenece a Dios no como un objeto suyo, sino como una verdadera persona, es decir, un ser que perteneciéndose a sí mismo, se puede donar a su donante después que su donador le ha donado la raíz de todo don, que es la existencia, con la intención que se vuelva su semejanza viva y elegida.
Dios ha creado al hombre gratuitamente. No para procurarse un siervo útil, sino para tener un hijo amante. Y no por necesidad de ser amado por éste, sino para la felicidad del hombre que coincide con el gozo del sumo bien que es Dios mismo. Negar entonces a Dios como colaborador de la realización del hombre, es negar cualquier posibilidad del logro del hombre. La seguridad del hombre está en la afirmación que hace de Dios, en cuanto partner en la alianza de ambos, en favor de sí mismo. Por ello, no pocas personas y pueblos en la sufrida experiencia histórica que han tenido, afirman que la negación de Dios ha conducido invariablemente a la negación del hombre.
La razón más alta de la dignidad del hombre consiste en su vocación a la comunión con Dios. Desde su concepción, el hombre es invitado a un diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios que lo creó, y por el amor de Dios que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía enteramente de su Creador. El hombre es la única creatura sobre la tierra que Dios ha querido por sí misma, al extremo que el Señor escribió el manifiesto del humanismo con su sangre derramada en defensa de cada persona y su dignidad.
Condenamos con toda fuerza todo menosprecio, reducción o atropello de las personas en sus derechos inalienables; todo atentado contra la vida humana, desde la oculta en el seno materno, hasta la que se juzga como inútil y la que se está agotando en la ancianidad; toda violación y degradación de la convivencia entre los individuos. Nos sentimos urgidos a cumplir por todos los medios lo que puede ser el imperativo original de esta hora de Dios; una audaz profesión cristiana y una eficaz promoción de la dignidad humana y de sus fundamentos divinos.