Convivencia en Chile
¿Qué ha sucedido para que se haya resquebrajado el tejido social y debilitado la confianza en nuestra manera de convivir como nación? Es preocupante constatar la pérdida de confianza en las relaciones sociales y en los liderazgos: en la política, la empresa, la escuela, las universidades, y también en nosotros como Iglesia Católica. ¿Será que se ha agotado el modelo social, económico y político?
Es la hora de una profunda introspección tanto a nivel personal como institucional. La idea de "meritocracia" y de los derechos individuales ha engendrado una carrera por acceder a mejores condiciones materiales. Tal vez, por lo mismo, en el camino ha generado agresividad y el "todo vale". De este modo, nuestra convivencia laboral, urbana, cívica y mediática tiende a convertirse en una guerra despiadada. Los chilenos tenemos derecho tanto a la verdad como a la justicia, pero también a las oportunidades del perdón, que no es lo mismo que impunidad.
Sin embargo, la judicialización no parece ser un camino suficiente para resolver los conflictos, menos si su causa primera es de tipo ético y moral. Valoramos los esfuerzos del Gobierno, los parlamentarios y de los diversos actores por renovar el marco regulatorio de nuestra convivencia como un primer paso para restablecer las confianzas. Una forma de salir de esta crisis es evidentemente cambiando aquellos aspectos de nuestra institucionalidad que hicieron posible los abusos que hoy se condenan.
Una profunda conversión social supone encontrarnos con la persona de Jesucristo. Es Él mismo quien nos revela que la dignidad de la persona humana es algo inherente a su ser y no un reconocimiento externo que se le concede. Es una condición fundamental de su existencia que debe ser reconocida, respetada, protegida y promovida. Cuando la persona humana se endiosa, por cualquiera sea la razón, esta termina desquiciada. Ese endiosamiento personal, llamado también individualismo, es hoy una de las grandes causas del deterioro de la cohesión social.
Debemos redescubrir que el poder de las autoridades existe para servir a los demás y que servirse de dicho poder provoca un daño capital. Debemos tomar conciencia de que la honra de las personas es crucial en la convivencia social. Por lo tanto, una práctica permanente de denostación pública como modo de diálogo político sólo colabora a desintegrar más el ya debilitado tejido social.
Estamos a tiempo para desterrar la idolatría del dinero y de la corrupción, de valorar la actividad política y de sus actores, de reconocer el aporte de tantos trabajadores y empresarios, de avanzar en el trato justo, respetuoso y amable que nos debemos, en fin, de corregir nuestros errores y juntos fortalecer el alma de Chile.
Héctor Vargas,