Hace años fui parte de un equipo internacional de lingüistas, antropólogos, alfabetizadores, historiadores y promotores bilingües que tradujo el Nuevo Testamento al mapudungun. En una entrega genuina de vida y servicio al pueblo mapuche, vivimos en comunidades rurales de la Región de La Araucanía estudiando la lengua, originalmente sin escritura, por más de 20 años. Un resultado académico fue que junto a estudiosos nacionales y extranjeros se propuso un alfabeto unificado que ayudaría a desarrollar materiales para preservar, promover y fortalecer la lengua de la tierra. Este equipo que en su mayoría era conformado por misioneros evangélicos, recibía aportes de iglesias cristianas. El equipo sumó la presencia de docentes de altísimo nivel, sin que contaran sus creencias, sino sólo considerando su buena voluntad y excelencia.
El trabajo iniciado tuvo el apoyo de algunas universidades y dio origen incipiente a lo que más adelante se convertiría en el Instituto de Estudios Indígenas. Asimismo, creo que estimuló la creación posterior de carreras docentes bilingües de nivel universitario.
Producto de los esfuerzos interdisciplinarios se desarrollaron materiales escritos para enseñar el mapudungun desde los niveles prealfabetos hasta la gramática mapuche moderna más completa que existe.
Todo ese material fue entregado a la ministra de Educación de la época, Mariana Aylwin, pues, erróneamente, creímos que el Estado reconocería la necesidad de su oficialización. Pero el discurso huinca de promesas e ilusiones pudo más que la fuerza de las palabras de un pueblo al que sólo se le hacían concesiones.
Nuestro aporte fue entregar lo mejor que tenemos: la Palabra de Dios, y una espiritualidad superior a nosotros mismos. Nunca tratamos de imponer, sino más bien de proponer.
Hoy vemos con esperanza la posibilidad que el mapudungun se oficialice como lengua en nuestro país. Lo propusimos hace años, y junto a muchos no fuimos oídos. Creemos que Dios nos hizo a su imagen y por ello nos provee dignidad. Y sabemos que parte de reconocer la dignidad de un pueblo, radica en reconocer su lengua.
Hoy Dios sigue tratando de comunicarse con nosotros, y lo hace a través de la lengua de nuestro corazón, pues Él quiere morar allí. Por lo mismo, no tengo dudas de que Dios habla la lengua del corazón de muchos peñis y lamngen. Ruego al Señor que confundió las lenguas que permita que el mapudungun sea reconocido por nuestra sociedad y por el Estado, como Él mismo la reconoce y habla claramente a través de ella.
Andrés Casanueva,