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Farsa

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Desde Latinoamérica la posible independencia de Cataluña se observa con mayoritaria y desgraciada indiferencia. Algunos incluso la ven como algo natural. Al fin y al cabo, dicen, nuestros países también se independizaron de España.

Esa analogía es incorrecta. La independencia de los países hispanoamericanos fue un proceso de descolonización que nos liberó de un imperio absolutista. La partición unilateral de un estado democrático constitucional, que propugnan los independentistas catalanes, sería algo muy distinto.

Sin embargo, hay analogías más pertinentes entre ambos procesos. Tras las guerras de independencia podríamos habernos unido en una gran federación hispanoamericana como la que soñó Bolívar. Pero las elites y los líderes criollos, ansiosos de conservar su poder local, fomentaron el nacionalismo separatista que nos dividió en una multitud de estados. Esas divisiones y el opio nacionalista han contribuido mucho a los dos siglos de atraso, guerras fratricidas, irrelevancia mundial y corrupción caciquil, que arrastramos.

Desde entonces, en Hispanoamérica, cuando las cosas van mal para un régimen demagógico éste refuerza la unidad nacional ahondando la desunión con nuestros vecinos. Análogamente, ahora en Cataluña aquellos que la gobernaron durante décadas cobrando coimas de 3% sobre toda inversión, han acudido al viejo truco de los culpables: hacerse pasar por víctimas. ¿Y qué mejor víctima que la de un enemigo "extranjero"? Los independentistas acusan de todos los males de Cataluña al "otro", a España. Y para librarse de ese "otro" los corruptos de derecha se alían con los separatistas de izquierda -a quienes antes detestaban-, prometiéndose mutuamente una fuga hacia el paraíso de la independencia.

El expresidente del gobierno español, Felipe González, en una razonable "Carta abierta a los catalanes", advirtió que el exacerbado nacionalismo de los independentistas podría llevarlos por el camino "de la aventura alemana o italiana de los años treinta del siglo pasado".

Los separatistas, encabezados por el señor Mas, respondieron a esa carta llamándola "libelo incendiario" y redoblando su victimismo: "Catalunya ha amado a pesar de no ser amada, ha ayudado a pesar de no ser ayudada, ha dado mucho y ha recibido poco o nada, si acaso las migajas cuando no el menosprecio de gobernantes y gobiernos".

Menosprecio, migajas, desagradecimiento… A confesión de parte, relevo de pruebas. Felipe González no se equivocaba; si acaso, fue muy suave. Ese resentimiento lírico, esa rabia del supuestamente expoliado, esa herida narcisista autoinfligida por un "amor" que se cree no correspondido, alentaron aquellas aventuras italiana y alemana de los años treinta. Aprovechando el descontento provocado por la Gran Depresión e incitando al victimismo nacionalista, el partido nazi obtuvo crecientes mayorías en las urnas.

En El 18 de brumario de Luis Bonaparte, Marx enmendó a Hegel para afirmar que la historia se repite primero como tragedia y luego como farsa. Pese al histerismo con que los independentistas respondieron la carta de Felipe González, ni él ni nadie cree que aquella tragedia europea vaya a repetirse en Cataluña. La gran mayoría de los catalanes conservan el buen sentido (su seny tan celebrado).

Aquella tragedia no se repetirá, pero una farsa sí que está ocurriendo. Hay farsa en la invención de un "otro" para culpabilizarlo de las fallas propias, tal como hay farsa en el abuso de la democracia. Una lección de esas aventuras alemana e italiana fue que la democracia no faculta para hacer elecciones que la destruyan. Una mayoría regional -y circunstancial- no puede partir un país.

Tenemos lecciones que aprender de la triste deriva independentista que ocurre en Cataluña. Los latinoamericanos no debemos olvidar lo que sabemos por secular experiencia: que la farsa de los separatismos puede transformarse en una cruel y duradera realidad.

POR CARLOS FRANZ*

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