La Patria de Los Apátridas
La lógica periodística indica que hay que escribir de lo que se impone, que es lo mismo que hablar de lo hablable en la corriente avasalladora de lo dado por sabido. Y de lo que no podemos sustraernos es de la festividad patriótica. Me carga el tema porque soy un odiador militante del Chile festivo institucional, de ese sistema de identidades que se desgrana en varias posibilidades de realización, casi todas despreciables. El Chile de los políticos, el Chile de los empresarios, el Chile del carrete, el Chile cultural, el Chile farandulero, el Chile de las viejas Julias, el Chile flaite, etc. Cuál de todos más arrogante. Uno no cabe en ninguno. ¿Cuál es el Chile que a uno le corresponde o el Chile que podría completar ese archivo incompleto de la chilenidad?
Alguna vez tuvimos la utopía de creer que el Chile provinciano nos serviría para recuperar una supuesta patria perdida, pero nos equivocamos rotundamente; imaginábamos que ese país podría reemplazar al otro, al oficial, pero no; peor aún, lo imitaba, lo trataba de reproducir. En lo personal, en la mitad del año se me acaba el país y ya no lo soporto, por eso se me hace tan desagradable la celebración festiva. El problema de esta festividad es que Chile se odia a sí mismo, no se soporta, es decir, no se asume en su diversidad problemática. Vivimos con la ilusión de la unidad. Este país está desintegrado, sin tener conciencia de ello.
Uno de los efectos más deplorables de la fecha se produce en los terminales de buses y me imagino que en las ramadas, espacios siniestros de negatividad que sólo alcancé a padecer cuando era niño, siendo testigo de pendencias, cuchilladas y vómitos. He visto que los medios televisivos promueven unas FFPP más blandas, centradas en la gastronomía y en el bailongo distractivo, y en una supuesta chilenidad que puede estar representada en un alcohólico arrogante o en un pie de cueca patético, como una impostura radical de una identidad forzosa.
Esta mala imagen que tengo de mi patria trato de disiparla o diluirla viviendo en lugares remotos, porque lamentablemente no puedo abandonar el territorio nacional por un tema de familia. Tengo la sensación de que fuera de las ciudades se padece menos el efecto nacional; eso es dudoso y lo sé, por el efecto omnipresente de la fiestoca, pero siempre está la ilusión de perderse en un bosque o en una montaña y no ver a nadie, porque el Chile sin chilenos es hermoso. Yo creo que es nuestra oligarquía la culpable de que seamos algo tan poco amable para nosotros mismos. Sí, porque el modelo abusivo se basa, sobre todo, en el más profundo desprecio contra el otro. El relato delirante y la violencia criminal que provoca el consumo alcohólico en esta celebración, es el resumen de una negatividad y de un odio, y el ajuste de cuentas posterior, que producen un paisaje espiritual (cultural) devastado; eso me hace tan apátrida.
Entonces, esta celebración dieciochera es, para mí, la institucionalización de un festín-tomatera autodestructivo, cuyo objetivo es desviar el deseo de la gente y lanzar su agresividad contra sí misma. Puede que haya imágenes más bucólicas, como la del niño elevando un volantín, acompañado de un padre posible, o una familia compartiendo esa gastronomía carnívora de choripanes y pebre, sólo de día claro; porque la noche le pertenece a los borrachos y sus patología criminales. Obviamente estamos exagerando, es un efecto ficcional.
POR Marcelo Mellado*