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Profano

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Si Dios existe y efectivamente escribió la Biblia -mediante unos amanuenses-, entonces querría decir que fuimos creados por un novelista. Ese libro que es fuente para las tres principales religiones monoteístas también es un manantial de literatura.

Incestos. Proxenetismo. Intentos de parricidio. Adulterios consentidos. Ciudades entregadas al vicio. Reyes soñadores. Ángeles exterminadores. Todo eso y más hay en la historia bíblica de Abraham. Y en Sara, la nueva novela de Sergio Ramírez.

El relato comienza en vísperas de la destrucción de Sodoma y Gomorra. Sara es una mujer rezongona y escéptica. Nunca ha escuchado esa voz que cada tanto le ordena a su marido dejarlo todo. Por culpa de esa voz fueron a parar a Egipto, donde el faraón la convirtió en su concubina con el asentimiento del pusilánime Abraham, quien afirmó que sólo era su hermano y así ganó riquezas a cambio de entregarla. Sara no puede creer que un ser superior les mande someterse a pruebas tan tristes como humillantes.

Ahora aparecen tres mensajeros. Abraham los toma por ángeles. Sara sólo ve a unos muchachos tontos que se burlan anunciando que ella quedará embarazada. ¡Pero si es vieja y estéril! Tan estéril que unos años antes incitó a su marido a acostarse con una esclava para que al menos él tuviera un hijo.

Por eso Sara se ríe cuando estos mocosos imberbes reiteran que parirá un hijo y que de él nacerá un linaje de reyes. "No fue ninguna carcajada ni nada por el estilo […], sino una especie de graznido despectivo que mostraba incredulidad y desprecio".

Los supuestos ángeles escuchan la risa de Sara y la regañan. Enseguida parten anunciando que van a destruir un par de ciudades con todos sus habitantes, justos y pecadores por igual.

Sergio Ramírez no se limita a recontar los capítulos correspondientes del Génesis. Empleando los recursos de la novela moderna Ramírez relativiza las severas certezas del narrador bíblico. Para ganar perspectiva, el novelista desplaza el punto de vista desde el crédulo y obsecuente patriarca Abraham a la escéptica y rebelde matriarca, Sara. Aliado con ella el narrador de la novela propone un relato alternativo plausible: es Sara -y no un ángel- quien detiene la mano del fanático Abraham cuando está a punto de degollar a su hijo. Y es ella quien avisa a su sobrino Lot para que él y su familia se salven del fuego que arrasará las ciudades de la llanura.

Ramírez genera un tirante suspenso mediante hábiles alteraciones del orden cronológico. Mientras corre hacia Sodoma para avisarle a Lot, Sara rememora sus aventuras junto a Abraham, ambos siguiendo las órdenes de ese Dios que nunca se dirige a ella. El dolor de Sara ante esos mandatos inescrutables, que torcieron tantas veces su vida, anticipa la angustia del lector cuando el terrible diluvio de azufre ardiente destruye miles de vidas en las ciudades condenadas. "Y he aquí que el humo subía de la tierra como el humo de un horno", dice la Biblia y lo repite esta novela.

Una novela es lo contrario de un texto sagrado. La novela es el texto profano por excelencia. En su ficción, Ramírez profana la supuesta intangibilidad del libro santo, representándolo como un drama humano, contradictorio, incierto. A cambio, la historia bíblica de Sara y Abraham se vuelve, precisamente, más tangible. Casi podemos tocar al patriarca y a su mujer: campesinos sencillos, anonadados por el misterio de fuerzas incomprensibles. Él, dispuesto a creerlo todo; ella, a dudarlo todo. Esta antigua pareja discute mucho y concuerda en pocas cosas, pero una de ellas es seguir juntos. Nosotros también los seguimos, hasta en la intimidad que el texto bíblico omite.

La prosa característica de Ramírez -rica, dúctil y sensible- nos hace oír incluso a esos que en la Biblia callan. Y también nos permite escuchar su risa. Esta risa desdeñosa con la cual Sara protesta, hasta hoy: "¿Cuál será la idea de este juego? ¿Y por qué lo juega con nosotros?".

POR CARLOS FRANZ*

* Carlos Franz es escritor. Su libro más reciente es "La Prisionera" (Ed. Alfaguara).

el espejo de tinta

La novela es el texto profano por excelencia. En su ficción, Sergio Ramírez profana la supuesta intangibilidad del libro santo.

El vendedor de felicidad

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"El asunto es simple", dijo Mardones. "Pasa lo mismo con los colores. En un momento son siete, los del arcoíris. Haces girar el disco y ya no ves siete colores; solo uno: el blanco. Acá es igual. Parecen muchos, pero con suerte va a quedar uno. ¿Entendiste?". Claro que había entendido, si uno no nació ayer. Además, conocía muy bien aquello del disco de Newton. El problema era otro. Yo estaba ahí por una cadena de equívocos. Había salido a encontrarme con Julia y terminé sentado a la mesa con un hombre que había urdido un plan aparentemente perfecto. "Nada ha quedado al azar, flaco. Nada. Es imposible que fallemos", me dijo Mardones y luego encendió un cigarro. La garzona se acercó y le dijo: "Señor, no se puede fumar. La nueva ley lo prohíbe". Mardones le dio una aspirada profunda al cigarro sin quitar los ojos de encima de la chica. Soltó el humo casi en su cara y le contestó: "Me cago en tu puta ley".

Mientras "El disco de Newton" recorre las librerías del país, en la Sala Radicales de Santiago se presenta "La leyenda de Peter Von Hales", monólogo de Simonetti centrado en un vendedor viajero que intenta convencer a un pueblo de que él ha encontrado el secreto de la felicidad.

"El texto es una excusa para visitar la sociedad que hemos construido y por la vía del humor dejar caer nuestras máscaras para ver quiénes somos realmente", destaca el autor.

La obra, cuyas funciones se extenderán hasta el 31 de octubre, cuenta con el montaje de la compañía Silencio Colectivo, bajo la dirección de Francisco Albornoz y la actuación de Miguel Ángel Acevedo ("El príncipe desolado", de Juan Radrigán).

No es primera vez que Simonetti incursiona en el teatro. En el año 2009 se montó su obra "La gran noche", con dirección de Paly García y la actuación protagónica de Benjamín Vicuña.

Cuento blanco

Adelanto del libro "El disco de Newton"

Por Marcelo Simonetti