La mayor parte de los países americanos ha tardado muchos años en el establecimiento de sus territorios definitivos. Éramos dueños de la Patagonia y gran parte de este territorio dejó de pertenecernos, es el precio que pagamos para que Argentina no se aliara con Perú y Bolivia. Ganamos, no obstante, las provincias del norte como consecuencia de la guerra. Estos cambios se han producido de manera parecida en las zonas limítrofes de otros países.
Es del todo natural si un país que se cree lesionado en su soberanía mantenga un reclamo constante sobre los territorios perdidos, particularmente cuando el recurso nacionalista es usado como propaganda política.
En Chile sabemos perfectamente cuánto hemos perdido frente a Argentina con las tierras patagónicas, pero ni los gobiernos ni los partidos políticos han tocado esta pérdida para crear un ánimo de reivindicación.
Igual que Bolivia, nosotros podríamos pedir "esta reparación histórica" pero simplemente se da al hecho su sentido de cosa juzgada. Bolivia no se resigna a su clausura marítima y conserva vivo el sueño "de que el mar debe volver a la montaña" y Perú sigue mirando a la "estrellita del sur" como se menciona Arica. La prédica de la hermandad americana es del todo legítima cuando se plantea como fórmula para mejorar el entendimiento entre nuestros pueblos.
Sin embargo, cuando se llega a la revisión de tratados que han resuelto conflictos territoriales, siempre aparecerá con intensidad el conflicto de intereses ya resueltos por una guerra. La salida al mar para Bolivia, sin dañar la plena soberanía de Chile, nunca ha constituido un rechazo definitivo por nuestros gobiernos.
La situación sería completamente distinta si alguna vez nuestros países entendieran que la pobreza y sus secuelas de hambre, enfermedad y analfabetismo; la drogadicción y el alcoholismo, como antesalas del crimen, son sus peores enemigos. Y que la solución no pasa por el restablecimiento de viejas querellas sino por un cambio cultural profundo, y una revisión histórica objetiva que nos permita la capacidad de ver cuán inútiles son nuestros afanes armamentistas, que nos llevan a mantener fuerzas militares, destinadas unas a la defensa del territorio y otras a mantener viva la tentación de revisar situaciones sancionadas de acuerdo a la costumbre internacional.
Roberto Muñoz Barra, Ex senador de La Araucanía y presidente Instituto de Estudios Públicos Social Demócrata