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Poesía medicinal

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La poesía, leída en dosis moderadas, tiene un efecto antioxidante como el vino tinto. Los taninos de los buenos versos destapan las arterias del lenguaje, bloqueadas por la suciedad del ambiente verbal. Últimamente leo un poema al día para descontaminarme de las frases hechas de la prensa, los lugares comunes de los políticos, las groserías de la tele. Huidobro decía: "Cada noche al acostarte, después de lavarte los dientes, lávate también los sesos". Sigo a mi modo su consejo manteniendo en mi velador un libro de poemas que leo a sorbitos, justo antes de cerrar los ojos.

No siempre fui tan moderado. En mi adolescencia y primera juventud leía poesía hasta las tantas y ésta se me subía a la cabeza y me embriagaba. Solía llegar a la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile tambaleante, ojeroso, como si viniera directamente de una gran farra. Y algo así había sido, en realidad. Hubo noches en que me desvelé hasta el alba leyendo y alucinando con la poesía épico-depresiva de César Vallejo:

"Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,

La resaca de todo lo sufrido

Se empozara en el alma… Yo no sé!".

Vallejo no sabía, y yo tampoco. Después de tamañas noches, "yo no sé" era precisamente mi respuesta cuando el profesor de derecho civil o el de procesal, me preguntaban el significado de la usucapión o en quién recae el onus probandi.

Ahora leo poesía -y bebo vino- con más moderación. Y además repaso a poetas que en esa atropellada y altiva juventud desdeñé olímpicamente "por viejos". Sin ir más lejos anoche, después de padecer la horrible prosa que plaga el "informativo" televisado, opté por desintoxicarme de las malas noticias leyendo a un poeta de tan poca actualidad -y tanta eternidad- como es Rubén Darío. Y mis ojos se cerraron dulcemente cuando llegué al doceavo cuarteto de los Cantos de vida y esperanza:

"La torre de marfil tentó mi anhelo

quise encerrarme dentro de mí mismo,

y tuve hambre de espacio y sed de cielo

desde las sombras de mi propio abismo".

La buena poesía no sólo es un antioxidante del espíritu sino que es un inductor del sueño más poderoso y sano que cualquier somnífero. Mecido por el ritmo y la rima de esos endecasílabos me deslicé suavemente hacia "las sombras de mi propio abismo", donde me sumergí en un sueño poblado de cisnes con los cuellos como signos de interrogación, y estatuas que revelaron ser de carne viva.

El poder de la poesía para exaltar el ánimo o aplacarlo no ha sido bien estudiado por la ciencia, creo yo. Y sin embargo, podría tratarse de una medicina halógena, alternativa, muy poderosa. Y además barata. Las aplicaciones medicinales de los versos podrían generar toda una industria poética de la salud.

Soñémosla. Los poetas encontrarían trabajo en hospitales, farmacias y consultorios. Ataviados con batas blancas prescribirían dosis masivas de Nerudax, como purgante para los estreñidos; mientras que a los diarreicos les recetarían gránulos homeopáticos de Parrax.

Una industria poética de la salud abarataría enormemente los medicamentos. En vez de gastar en remedios, los enfermos recibirían como receta un soneto, una décima o, en los casos más graves, una tira de versos yámbicos.

El único problema de esa medicina poética ideal sería que la mayor parte de sus compuestos son adictivos. Una vez acostumbrados al medicamento, los enfermos lo desearían en dosis cada vez más altas y frecuentes. Y mucho me temo que no podríamos contar con los médicos-poetas para controlar esas adicciones. Adictos ellos mismos, los vates de bata blanca, desmandados, recetarían más y más poesía hasta convertirla en un remedio peor que la enfermedad. ¡Una pandemia poética se propagaría por el mundo! Todos hablaríamos en versos. Y la poesía, en consecuencia, se volvería prosaica.

Soñaba con ese fin del mundo cuando me despertó el libro de Darío que me cayó sobre la nariz.

POR CARLOS FRANZ*

* Carlos Franz es escritor. Su libro más reciente es La Prisionera (Ed. Alfaguara).

el espejo de tinta

La buena poesía no sólo es un antioxidante del espíritu sino que es un inductor del sueño.