Constantemente se escuchan reclamos por los ruidos molestos en algunos sectores de la ciudad, principalmente en el centro y en los barrios con oferta de actividades nocturnas. De esta manera, los vecinos expresan su molestia por la contaminación acústica que les afecta. Se quejan, en especial, del alto volumen que se imprime a la amplificación de la música o espectáculos en algunos locales.
A la vez, en ciertos puntos se registran desórdenes que también alteran la seguridad. El problema de fondo, en general, es la proliferación de la contaminación acústica de diverso origen. Pueden ser casos como los mencionados, que se presentan no sólo en ese sector, sino también en varios puntos de la ciudad. Pero también están los ruidos molestos que producen algunos vehículos o el estruendo constante asociado a obras de construcción, entre otros orígenes. En estos casos se trata de un tema de alteración del medio ambiente que afecta, directamente, la calidad de vida de las personas que ven amagada su tranquilidad, sus horas de reposo, su intimidad y, finalmente, hasta la salud misma.
Es evidente que la existencia de locales nocturnos con sus permisos vigentes, es una actividad lícita. Sin embargo, su funcionamiento se debe ajustar a normas preventivas, por cierto de seguridad y, en este caso concreto, de aislación acústica. Muchas veces estos recintos funcionan en inmuebles adaptados. Esta adaptación debe incluir, necesariamente, elementos suficientes de aislación acústica.
Por su parte, la autoridad medioambiental debe contar con el instrumental necesario para medir niveles de contaminación y de ese modo hacer respetar las normas vigentes. Este control debe ser periódico, especialmente en verano. A la vez, el incumplimiento debe ir de la mano de sanciones disuasivas.
Es perfectamente compatible la actividad comercial en centros nocturnos y la diversión que ellos ofrecen al público con el respeto al medioambiente y, concretamente, a las personas que residen en los sectores donde esos locales se ubican.