La Selección Chilena de Fútbol logró en menos de un año lo que nunca consiguió en toda su historia. El equipo, dirigido primero por Jorge Sampaoli y ahora por Juan Antonio Pizzi -ambos argentinos-, se consagró por segunda vez consecutiva como la mejor selección de América, ganando y volviendo a ganar una copa que había sido esquiva durante 99 años.
Lo conseguido por este grupo de jóvenes, representantes de la mejor generación de futbolistas de nuestro país, marca un hito no sólo para la disciplina deportiva más popular del mundo, sino que también genera un quiebre en la mentalidad, el ánimo y en la misma historia de Chile.
La convicción, el compromiso y el sacrificio demostrado por estos jugadores son admirables, un ejemplo para las futuras generaciones de deportistas y, también, para los ciudadanos comunes.
Los logros obtenidos nos entregan una serie de lecciones. En primer término, esa capacidad sorprendente para confiar en sus propias capacidades y no disminuirse frente a rival alguno, aunque al frente tenga equipos de primer nivel y con una historia deportiva mucho más abundante que la nuestra.
Los jugadores chilenos nos invitaron, día a día, a confiar en ellos, ilusionándonos con la oportunidad de conseguir triunfos que nunca antes habíamos obtenido como país.
Pero quizás la lección más importante que nos entregan es a sentirnos orgullosos de lo que somos. Emociona verlos cómo defienden nuestros emblemas y colores, y cómo están dispuestos a seguir cosechando nuevos triunfos, desafiándonos a continuar creyendo en ellos.
Como sociedad a esta generación de futbolistas, conocidos ahora como los bicampeones de América, le debemos mucho. Han propiciado un cambio de mentalidad, de fatalista a victoriosa, que nos ayuda como país en varios ámbitos, aunque muy cotidianos sean. Nuestra gratitud, nuestra admiración y nuestra plena confianza de que seguirán cumpliendo sus sueños... nuestros sueños.