Por estos días, como en Turquía y Niza, muchos de nuestros hermanos y hermanas en el mundo han sufrido la experiencia denigrante de la violencia, que constituye una grave y profunda herida infligida a la fraternidad. La Iglesia alza su voz para hacer llegar a los responsables el grito de dolor de esta humanidad sufriente y para hacer cesar, junto a las hostilidades, cualquier atropello o violación de los derechos fundamentales del hombre. Por ello, nos preocupa enormemente ser testigos de actos de violencia también en nuestra Región, y que consideramos de suma gravedad, porque ponen en riesgo lo más sagrado que existe, la vida de personas, y la sana convivencia pacífica a la que todos tenemos derecho.
Tenemos que reconocer hoy, que el inicio de todo esto hunde sus raíces en la violencia que utilizó el Estado de Chile hace más de un siglo para someter a este pueblo sin resultado definitivo. Por ello, podemos de igual forma proclamar también hoy, que la violencia está lejos de alcanzar las anheladas soluciones que éste espera, no al menos en un Estado de Derecho y en plena vigencia del ejercicio de la democracia. Estamos convencidos que la inmensa mayoría de las comunidades mapuche, no comparte la agresión ni el conflicto como vía para la justicia que les es debida. Tal vez porque ello no se condice con sus tradiciones espirituales ancestrales. Este no es un tema meramente político, técnico, económico o jurídico. Está relacionado con contenidos humanos y religiosos de una cultura ancestral, con cosmovisiones, territorialidad, y con un concepto de interculturalidad desde el cual nazca una forma de sociedad en donde todos quienes amamos esta tierra, no solo vivamos aquí, sino que podamos reconocernos, respetarnos, valorizarnos, mutuamente, y aportar lo mejor de cada uno por el bien de todos.
En Cristo, el otro es aceptado y amado como hijo o hija de Dios, como hermano o hermana, no como un extraño, y menos aún como un contrincante o un enemigo. Todos son amados por Dios. Ésta es la razón por la que no podemos quedarnos indiferentes ante la suerte de los hermanos. Esta es la fuente de la paz. Por este motivo, proclama el Papa Francisco, "deseo dirigir una encarecida exhortación a cuantos siembran violencia y muerte con las armas: Redescubran, en quien hoy consideran sólo un enemigo al que exterminar, a su hermano y no alcen su mano contra él. Renuncien a la vía de las armas y vayan al encuentro del otro con el diálogo, el perdón y la reconciliación". Éste es el espíritu que anima muchas iniciativas de la sociedad civil a favor de la paz, entre las que se encuentran las de las organizaciones religiosas.
Héctor Vargas Bastidas obispo de Temuco