Apuntes sobre política y psicoanálisis
Integrantes de la Orquesta Juvenil del Teatro Municipal de Temuco realizarán diez presentaciones que buscan descentralizar el arte. ¿Qué hacer entonces? Por mi parte siempre he sugerido la participación.
En estos días venció el plazo para la inscripción final de candidatos a concejales y alcaldes en los 346 municipios del país, elección que habrá de realizarse el 23 de octubre. En Ciudad Sur se elige obviamente un edil y 10 concejales, por ser la capital regional una de las 22 comunas que, en el contexto de la inscripción automática a los 18 años, cuentan con más de 150 mil electores habilitados para sufragar. Los candidatos al Concejo Municipal de Temuco serán, me parece, alrededor de 50.
Pero no es la intención de esta columna el mentar tan esotéricas temáticas, sino ante todo reparar en uno de las aspectos menos ponderados a la hora de gloriar o de votar o no votar o boicotear o desdeñar a las presentes elecciones, cuyos protagonistas son según algunos -y ante todo por la cleptomanía en masa que bien o mal se les achaca- "la más perniciosa casta de aborrecibles y minúsculos gusanos que la naturaleza permite que se arrastren por la tierra". (Jonathan Swift, 'Gulliver's Travels').
Mi esbozo interpretativo va más bien por otro lado. El psicoanálisis clásico asegura que cada vez que anhelamos definir algo de nosotros mismos, cada vez que activamos el bólido de nuestros discursos y egóticas certezas, solemos chocar en la siguiente esquina -¡horror de horrores!- con nuestras dudas y contradicciones. Según la terapeuta Michelson, Jacques Lacan decía que el Yo no suele ser patrón en su propio hogar, y ello explica que nos cueste tanto asumir que estamos hechos de fragmentos, y que la supuesta "integralidad del ser" que nos solemos achacar, alcanza a veces ribetes de superstición o pavorosa payasada. Y ello no es infrecuente en la política, donde, por dar sólo un ejemplo, gente como Pablo Longueira, que alguna vez se creyó un iluminado y la encarnación del arquetipo filosófico de lo bueno, lo bello y lo verdadero, haya terminado su vida pública en un estado de cuasi alienación.
La acción política liberal, que asume poder representar a otros a partir de una plausible aunque a menudo preformada racionalidad, corre, quizá más que ningún otro quehacer, el riesgo de padecer de irrealidad: porque mentar contradicciones o mensurar errores propios parece no ser parte del juego de cartas de esta compleja y acaso inevitable actividad. ¿Qué hacer entonces? Por mi parte, siempre he sugerido la participación. Y creo que hay ciertos indicios que pueden alumbrarnos: por dar sólo un ejemplo, para mí un candidato que apela a un mismo cargo tras dos anteriores derrotas, no lo hace por mera coyuntura, sino lisa y llanamente por preclara vocación.
Luis Marín, escritor y periodista