Desde los inicios de la República nuestro país vio la aparición de la iglesia protestante, que llegó a dar apoyo espiritual a los extranjeros que adscribían a esa fe. Algunos buscaron desarrollar su labor evangelizadora donde el Estado - en esa época oficialmente Católico - se los permitió, esto es en comunidades rurales e indígenas. Se prohibió realizar proselitismo en las ciudades.

Varias iglesias protestantes comenzaron a realizar labor evangelizadora de la mano de la acción social. El protestantismo tenía como uno de sus corolarios que la educación fuera de calidad, gratis y universal. Y la atención de salud, ante un Estado indolente, para disminuir el dolor físico iba de la mano ayudando en el dolor espiritual de las personas.

Surgieron así en esta Región escuelas y hospitales misionales que jamás fueron financiados por el Estado; nunca se dependió de las arcas públicas para desarrollar la obra que continúa hoy en hospitales, cárceles, escuelas, asilos de ancianos, etc. Pese a eso, el trato no fue igualitario con los "canutos", siendo considerados ignorantes, pobres, indignos de atención especial. Antes no podíamos ni siquiera enterrar nuestros muertos en los cementerios y hoy no tenemos sino el logro de nuestros esfuerzos. Toda nuestra historia ha estado sometida a persecución y ridiculización; sabemos perfectamente lo que significa ser discriminado, no es algo nuevo para nosotros.

También se nos consideró comprometidos con izquierdas o derechas, pese a que en realidad han sido extremos minoritarios que han tenido esas afinidades.

Claro que somos un cuerpo heterogéneo y por ello nadie puede arrojarse toda la representatividad evangélica en Chile; quienes lo hacen, representan sus propias ideas y compromisos políticos personales.

Muchos se engañan con nosotros, porque en realidad no nos conocen. Por eso creo interesante la columna del periodista Roberto Silva del Mostrador titulada "los Evangélicos y su bendita decisión de actuar en política". Efectivamente nosotros estamos cansados de la política en Chile, y por ello muchos de mis hermanos, sin un interés en la política partidista, se han decidido a actuar de manera concreta para depurar al menos un poco el infortunio en que se ha convertido la política nacional. Entiendo que no les ha movido el interés mezquino que vemos en el Congreso, sino uno superior, pues ellos darán cuenta no al partido, sino a Dios.

Pero debo decir también que esta participación tiene muchas aristas. Ruego al Señor que no les permita a mis hermanos caer en la tentación que ha hecho de la actual política chilena un verdadero circo.

Andrés Casanueva, pastor anglicano

Desde que se implantó la Jornada Escolar Completa en el sistema de enseñanza en nuestro país, con una permanencia de los alumnos de más de 8 horas en los establecimientos, se sostiene que hay que disminuir las tareas escolares para la casa, o eliminarlas de una vez.

Aunque se trata de una medida que pueden adoptar los colegios, con la anuencia de los padres, solo algunos planteles educacionales se han hecho cargo del problema, pensando que las tareas significan restarles horas de ocio a los estudiantes, como asimismo para las actividades que pueden desarrollarse en familia.

Una reciente encuesta de la Escuela de Psicología de la Universidad Adolfo Ibáñez, aplicada en la Quinta Región, reveló que un 76% de los consultados manifestó estar en desacuerdo con el envío de tareas para la casa.

Sólo un 13% dijo aprobarlo. El estudio indicó que los padres percibían que sus hijos estaban estresados o agobiados por las tareas asignadas.

Tal vez la percepción sea similar en los hogares de todo el país, incluyendo a nuestra Región de La Araucanía, por cierto, donde las familias dicen que las tareas para la casa constituyen una carga excesiva, que lejos de incentivar el interés de los niños, les genera mayor tedio, al disponer de menos tiempo para el descanso.

Por lo general, los padres argumentan que el objetivo de la Jornada Escolar Completa -y así se anunció al ponerse en práctica- era que los estudiantes trabajaran en la escuela, para disponer de su tiempo en casa.

Y por otro lado, se ha sostenido que los estudiantes tienen una carga laboral superior a la de sus padres, considerando su condición de menores, pero que en la práctica trabajan más que las personas adultas, las que también luego de regresar de sus trabajos, deben abocarse a ayudar a sus hijos en las tareas.

Tal vez, habría que comenzar por buscar un justo equilibrio.

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