La Iglesia en su doctrina social afirma que la política, en efecto, es una de las máximas expresiones de la caridad. Todo en el entendido que ella está llamada a ser un medio magnífico al servicio del bien común, y al mismo tiempo un cause democrático para la manifestación, debate, consensos y generación de políticas públicas, que puedan encausar y dar respuesta a los grandes anhelos de la sociedad. Esta tarea, es responsabilidad de la entera comunidad civil. Todo ciudadano en efecto, en su sola condición de tal, está llamado a ejercer ciudadanía y asumir su cuota de responsabilidad en la construcción de la sociedad.
Nada que involucre la suerte de la población debe serle indiferente, menos aún si se es cristiano.
Es por ello que ninguno de nosotros puede excluirse de un deber tan enorme, como es el de ir a votar en las distintas elecciones. El voto es una poderosa herramienta no solo de participación, ya que a través de él tenemos la posibilidad de elegir a quienes creemos que pueden en nombre nuestro, llevar a cabo las transformaciones para una sociedad más justa, humana y defensora de los valores en lo que creemos y que más apreciamos para una existencia digna. Así, con nuestro testimonio educamos a los hijos a comprometerse con la historia que les tocará vivir. La frustración y desencanto que razonablemente puede experimentar parte de la ciudadanía por lo que piensa son errores políticos serios, no justifica marginarse de un proceso que justamente puede colaborar a la dignificación de la clase política y su rol.
De lo contrario solo unos pocos decidirán a quiénes elegir, de qué corriente política y con cuáles principios valóricos. No podremos quejarnos después si esos pocos terminan construyéndonos una historia y sociedad que no compartimos.
Tema distinto es la vocación y el ejercicio de la política representativa y parlamentaria, en donde un porcentaje de ciudadanos deciden asumir esta responsabilidad en bien de todo el Estado y su población, haciendo de ello parte muy importante de su vida diaria, entrega, sacrificio. Es así, como grandes políticos han conquistado incluso la santidad, entre ellos Santo Tomás Moro Canciller del Rey en Inglaterra. Por eso mismo, si queremos un importante cambio en el modo de hacer política, por de pronto, les rogamos a los candidatos y partidarios, evitar toda descalificación, o ataques a las personas de los contendientes. Ello no dice bien de quién alimenta esta práctica y daña la credibilidad de la política.
Por el contrario, les invitamos más bien a desgastarse en el debate de las mejores ideas y argumentos por el bien de nuestras comunas. Propuestas que además, sean realistas y posibles de cumplir, porque están dentro de las atribuciones de concejales y alcaldes.
Héctor Vargas, obispo de Temuco