Desde pequeños mi padre nos inculcó que todo hombre que le pega a una mujer no es sino un cobarde, no importando la "razón" que esgrimiera para hacerlo. Por cierto que tenía algunos epítetos groseros pero certeros para definir a tal individuo. Esa enseñanza caló hondo en nuestras infantiles mentes, al punto que la hemos transmitido a nuestros hijos instruyéndoles en cómo tratar a sus hermanas, y sobre todo dando ejemplo nosotros mismos de cómo tratamos a nuestras esposas.
Al abrazar la fe y estudiar la Biblia entendí muchas más cosas que hoy trato de transmitir de manera simple pero real, por ejemplo el hecho de que si bien hombres y mujeres somos diferentes en sentimientos, contexturas, funciones, roles, forma de comunicarnos, etc., a los ojos de Dios somos iguales; además nos complementamos y necesitamos el uno al otro. Esa es la raíz de lo que hoy conocemos como diferencias de género, que no es lo mismo que ideología de género, la cual mezcla y pone en el mismo paquete cuestiones que nada tienen que ver con el diseño original. Por cierto que en ese diseño abusar de una mujer es un acto vil.
Dios establece un orden para la familia, determinando que el hombre no tiene derechos sobre la mujer a menos que estos surjan de la relación entre esposos y los derechos y obligaciones son mutuas. Pero no se queda ahí; además establece que un hombre sólo puede cumplir su rol conforme a la voluntad de Dios, si primero está sometido él mismo al Creador. Y entonces su deber es cuidar, proteger, amar, entregarse e incluso dar la vida por la mujer que es su esposa.
Otro aspecto relevante es la cuestión de la violencia, pues el evangelio define claramente que no es el deseo de Dios que nuestra voluntad, anhelos o "razones" se impongan por la fuerza. Y esto por cierto cruza la línea de género. En otras palabras, la Biblia condena todo tipo de violencia del hombre hacia la mujer, así como la de la mujer hacia el hombre, y se extiende a la violencia entre personas del mismo sexo, hacia los mayores, los niños, e incluye a los más desvalidos e inocentes, destacando a quienes aun no han nacido. La violencia contra la mujer en muchos casos comienza en el mismo vientre materno.
Por tanto, creo que todo genuino creyente debería adherir en su vida cotidiana y no sólo en una marcha, al cuidado y protección de la mujer. Ni una menos debe ser sólo el comienzo para que, con la misma fuerza y coherencia tanto hombres como mujeres adhieran a la protección de todos los seres humanos desde el mismo momento de la concepción. Caso contrario, sólo se estaría usando una campaña para proteger a la mujer pero olvidando que ante Dios nadie sobra.
Andrés Casanueva, pastor anglicano